Javier Cercas ingresa en la RAE: "El escritor que no arriesga no es escritor, es escribano"
- El autor de 'Soldados de Salamina', que ocupará la silla R de la Academia, pronunciará un "manifiesto" sobre los malentendidos de la Modernidad.
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Casi sin querer, Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) ingresa este domingo en la Real Academia Española con un discurso-manifiesto sobre los malentendidos de la Modernidad. Libérrimo, sin achantarse nunca y cordial, el autor de Soldados de Salamina y El impostor conversa con El Cultural y, para empezar, admite que jamás se había planteado la posibilidad de ingresar en la RAE, y que, "desde luego", no movió "un dedo para lograrlo".
Asegura el escritor que apenas dos meses antes de su elección le llamó por teléfono el director de la Real Academia, Santiago Muñoz Machado, "a quien apenas conocía", y le dijo que tenía que ser el próximo académico. Más aún, acabó "una tras otra" con todas sus objeciones. "Hasta que al final me acordé de La Rochefocauld ('Quien rechaza un elogio es porque quiere dos') y, como soy orgulloso, pero no soberbio, acabé aceptando".
Pregunta. ¿Qué puede adelantarnos sobre su discurso de ingreso?
Respuesta. Tengo prohibido hablar de él, pero creo que su título es público: Malentendidos de la Modernidad; y su subtítulo también: "Un manifiesto". ¿Se le ocurre algo menos académico que un manifiesto? En realidad, el discurso es un intento de ordenar una serie de ideas que he ido desperdigando aquí y allá en los últimos años y, como su título indica, pretende desmontar algunos mitos o malentendidos de la Modernidad, desenmascarar algunas falsedades que gozan de un crédito inmerecido. La Academia es una entidad público-privada que realiza un servicio público, consistente sobre todo en preservar el bien más importante que tenemos en común: la lengua. No es, o no debe ser, una institución hermética, aislada de la sociedad, así que mi discurso pretende contribuir al debate público.
P. ¿Qué pensaría del nuevo académico el joven que en 1987 debutó como narrador con El móvil?
R. Estaría perplejo. Casi tanto como lo estoy yo. Pero, como El móvil trata sobre un escritor furiosamente flaubertiano –tan flaubertiano como yo era entonces y sigo siendo ahora–, seguro que se acordaría de lo que Flaubert escribió en la entrada dedicada a la Academie Française de su Diccionario de lugares comunes: "Denigrarla, pero, si se puede, tratar de formar parte de ella". Ahora que lo pienso, quizá yo nunca he tratado de formar parte de la Academia porque nunca la denigré.
P. ¿Cómo cambió el éxito de Soldados de Salamina (2001) su vida literaria y personal?
R. Soldados de Salamina me convirtió en un escritor profesional, cosa que jamás se me había pasado por la cabeza ser; siempre pensé que sería lo que era hasta la publicación de ese libro: un escritor que se ganaba la vida en una pequeña universidad de provincias. Estaba contento así: que yo sepa, nadie me escuchó jamás una queja por los lectores escasísimos y la nula repercusión que tenían mis libros. En cuanto a mi vida personal, también cambió: de un día para otro pasé de ser invisible a ser demasiado visible, lo que me agobió bastante; además, empecé a tener enemigos, cosa que nunca había tenido. Raro, ¿no?
"Antes de publicar 'Soldados de Salamina' nadie me escuchó protestar por la nula repercusión que tenían mis libros"
P. De Soldados se ha dicho que catalizó un movimiento que reivindicaba la memoria de la Guerra Civil desde el punto de vista de sus protagonistas. ¿Tuvo algo que ver con la Ley de Memoria Histórica?
R. Últimamente he contado una anécdota que casi había olvidado. Cuando le entregué el manuscrito de Soldados a Beatriz de Moura –una editora muy experimentada y relevante–, me dijo que la novela le había gustado y que iba a publicar 5.000 ejemplares –yo pensé que estaba loca, aunque también me sentí Hemingway, o poco menos–; luego me dijo: "Pero este libro solo lo van a leer personas mayores de 70 años: la Guerra Civil es un tema literariamente muerto".
»Luego ocurrió lo que ocurrió: una inundación de novelas, películas y libros sobre la Guerra Civil, y el llamado Movimiento para la Recuperación de la Memoria Histórica, que en 2001 ni existía ni se le esperaba. Y es evidente que quien se equivocó no fue Beatriz de Moura, fue la realidad: por entonces nadie podía esperar que un libro como Soldados tuviera el éxito que tuvo.
»Por lo que se refiere al llamado Movimiento para la Recuperación de la Memoria Histórica, a mí me pareció indispensable, y me lo continúa pareciendo. Otra cosa es la utilización política y mediática que se ha hecho de él y que a veces no ha servido para asumir el pasado con toda su complejidad, que es de lo que se trataba, sino para escamotearlo de nuevo. A esa perversión la llamé en El impostor, para escándalo previsible de algunos, "la industria de la memoria".
P. ¿A qué se debe que las fronteras entre realidad y ficción se hayan desdibujado tanto?
R. En la realidad esas fronteras siempre han estado clarísimas, salvo para los embusteros, los demagogos y los mercachifles de la literatura; la ficción, en cambio, siempre ha jugado con ellas, sobre todo modernamente (basta pensar en El Quijote). En cuanto a nuestro siglo, no creo que hoy se cuenten más mentiras que nunca, aunque a veces lo parece; lo que ocurre es que ahora –gracias a internet, las redes o la inteligencia artificial– la mentira posee mayor capacidad de difusión que nunca, y por eso podemos tener la impresión de que las fronteras entre la ficción y la realidad se desdibujan. Pero es solo una impresión.
"El uso político del Movimiento para la Recuperación de la Memoria Histórica solo ha servido para escamotear el pasado de nuevo"
P. Otro magnífico ejemplo de esta permeabilidad entre ficción y no ficción es El impostor (2014), el libro que escribió sobre Enric Marco, el sindicalista que se hizo pasar por superviviente de los campos de concentración nazis hasta que fue desenmascarado.
R. El impostor es una novela sin ficción que puede leerse como una dilatada reflexión sobre la mentira, un tema que me interesa desde que tengo uso de razón; en él, como en otros libros míos –como en casi todos, quizá–, se mezclan muchos géneros: el ensayo, la crónica, la historia, la biografía o la autobiografía.
P. ¿Recuerda qué problemas le planteó?
R. ¿Problemas? Todos los que quiera. Vargas Llosa y Claudio Magris, que se interesaron en seguida por Marco, aseguraron que era imposible escribir un libro sobre él, entre otras razones porque, con un personaje así, era imposible saber dónde empezaba la mentira y donde terminaba la verdad; llevaban razón, y ese es uno de los motivos por los que lo escribí: porque un escritor tiene que correr todos los riesgos –un escritor que no corre riesgos no es un escritor: es un escribano– y, porque, como dijo Faulkner, a lo máximo a lo que podemos aspirar los novelistas es a "una derrota honorable".
P. Por cierto, ¿ha visto ya la película? ¿Qué le ha parecido? ¿Altera mucho su libro?
R. La película no está basada en El impostor; todavía no he podido verla, aunque hago una especie de cameo en ella. Digo "una especie" porque los directores incluyen en la cinta un par de grabaciones donde aparezco yo; la segunda pertenece a un episodio que llamo "La última genialidad de Enric Marco", en el que Marco apareció en un acto público sobre El impostor para increparme. Arregui y Garaño han hecho muy bien incluyendo esa grabación, porque Marco aparece ahí en todo su esplendor.
»Sobre El impostor hay en curso un par de proyectos: una película documental filmada por Catherine Bernstein para ARTE –que se estrenará en primavera y trata sobre cómo escribí el libro– y una serie de televisión. ¿Alterará el libro? Por supuesto: una novela no es otra cosa que las palabras que la integran, y no puede emanciparse de ellas; así que, cuando una novela se lleva al cine o adonde sea, necesariamente se altera.
"La Europa unida es la única utopía razonable que hemos inventado los europeos, el proyecto político más ambicioso del siglo XXI"
P. Hablando de impostores: ¿qué le parece la clase política española en general? Pienso en lo ocurrido en Valencia...
R. Con los políticos ocurre como con los escritores o los periodistas: los hay buenos, malos y regulares. Pero es verdad que el sistema político español –una partitocracia endémica con partidos políticos huérfanos de democracia interna– no favorece en absoluto que los mejores se dediquen a la política, como quería Platón. Así que no basta con cambiar a los políticos: hay que cambiar el sistema (empezando por el sistema de selección de los políticos).
P. Fue muy contundente al opinar sobre Pedro Sánchez y sus pactos con los nacionalistas, llegando a escribir en The Times que "ha puesto en peligro el futuro de Cataluña". ¿Mantiene su diagnóstico?
R. Lo de The Times no fue un artículo sino una entrevista. Pero es verdad que la amnistía, tal y como se ha planteado, me parece un error. En primer lugar, porque es un engaño flagrante, y no me gusta que me engañen. Y, en segundo lugar, porque yo soy totalmente favorable al perdón, y la amnistía es lo contrario del perdón: el perdón fueron los indultos, a favor de los cuales escribí. Con los indultos el Estado perdonaba a los secesionistas; con la amnistía –repito: tal y como está planteada–, es el Estado quien pide perdón. Me parece un error (igual que se lo parecía a Sánchez antes de necesitar los votos de los secesionistas para conseguir la investidura), un error que mucho me temo que, sobre todo a medio y largo plazo, tendrá muchas consecuencias negativas.
P. Fue apaleado por algunos medios por decir que el nacionalismo catalán se había vuelto tóxico. Tras la victoria de Trump, ¿no deberíamos fortalecer Europa y no disgregarla?
R. Por supuesto que hay que fortalecer Europa: la Europa unida es la única utopía razonable que hemos inventado los europeos, el proyecto político más ambicioso del siglo XXI y la única forma de preservar la paz, la prosperidad y la democracia en el continente. Yo estoy contra todos los nacionalismos, empezando por el nacionalismo español, y el proyecto de la Europa unida nació contra los nacionalismos, que en el siglo XX arrasaron Europa. El nacionalismo no es inevitable; no ha existido siempre: nació hace poco más de dos siglos y ojalá desaparezca pronto y merezcamos una Europa posnacional, que combine la diversidad lingüística, cultural e identitaria con la unidad política. Ese es mi ideal político: una Europa federal, por no decir un mundo federal como el que soñaba Bertrand Russell.
"Mi próximo libro es una locura, un experimento inédito, una obra quizá imposible y por eso irresistiblemente atractiva"
P. Volviendo a la literatura, en abril publica El loco de Dios en Mongolia. ¿Por qué ha elegido como tema un viaje del papa Francisco?
R. No fui yo quien eligió el tema: fue el tema quien me eligió a mí. Soy ateo de religión, pero cristiano de cultura –como casi todos los europeos– y llevaba años preguntándome qué hacemos con nuestra herencia cristiana y qué significa ahora que vivimos en una Europa laica y que, en todo Occidente, el cristianismo se bate en retirada. Hasta que, un día, el Vaticano me ofreció la posibilidad de escribir un libro que ningún escritor ha tenido la posibilidad de escribir, porque a ninguno le han abierto las puertas del Vaticano para que hable con quien quiera –desde los prefectos hasta los cardenales, los intelectuales del papa o el propio papa–, y para que acompañe al papa en un viaje a Mongolia, of all places. De ahí surge el libro, que es una auténtica locura, un experimento inédito, un libro quizá imposible –como El impostor– y por eso irresistiblemente atractivo. ¿Hablábamos de riesgos?
P. ¿Qué piensa del Papa?
R. El libro contiene una interpretación del personaje, un tipo muchísimo más complejo que el que aparece en los medios, pero no es una biografía: si tuviera que definir El loco, diría que es, como otros libros míos, una novela sin ficción, un thriller que participa de diversos géneros (el ensayo, la crónica, la historia, la autobiografía) en cuyo centro se hallan Bergoglio y el mayor enigma del que tengo noticia: la resurrección de la carne y la vida eterna.
P. ¿Le preocupa la trascendencia y la muerte?
R. ¿A usted no?