La obra completa de Leopoldo María Panero, el gran poeta maldito que sigue fascinando a los nuevos lectores
- El tercer volumen de su 'Poesía completa' recoge los últimos libros del poeta fallecido hace diez años, además de multitud de textos sueltos.
- Más información: Leopoldo María Panero, póstumo y eterno
Diez años después de su muerte, la figura de Leopoldo María Panero (1948-2014) sigue fascinando a nuevas promociones de lectores. El joven poeta repeinado de El desencanto (1976) se ha impuesto, de cara al público, a la triste estampa descarnada que visitaba anualmente la Feria del Libro de Madrid con su lata de Coca-Cola en la mano. La biografía publicada en 2023 por J. Benito Fernández —El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero— es rica en detalles y permite desenredar su desoladora peripecia vital.
La locura de Leopoldo María Panero —de origen neurótico-obsesivo, como él mismo reconoce, pero complicada por toda clase de experiencias límite: drogas, encierro, violencia institucional, pero también autoinfligida— es indisociable de su lucidez, sus muchas lecturas y una grafomanía memoriosa que en sus últimos años lo aboca a la reiteración y la circularidad.
Tras la publicación en 2012 y 2013 de los dos primeros volúmenes de su Poesía completa, que abarcan los lapsos 1970-2000 y 2000-2010, respectivamente, ve la luz ahora el tercer volumen, editado como los anteriores por su gran intérprete, Túa Blesa.
El subtítulo del libro —2011-2014— es algo impreciso, pues se recogen aquí no solo los libros de poemas editados en ese trienio, sino también multitud de textos sueltos publicados "en revistas y otros lugares" desde la infancia del poeta, empezando por los citados en El desencanto.
A ellos se suman unas pocas versiones poéticas —de Cummings, Nerval o Rochester, además del "Annabel Lee" de Poe— no recogidas en Traducciones/Perversiones (2011). El libro cierra la publicación de esta obra como una especie de coche escoba que recoge todo lo que su editor conoce y ha podido reunir en estos diez años.
El prefacio de Blesa entra directamente en materia —es conveniente leerlo en compañía de las introducciones de los dos tomos anteriores— y expone los nudos de sentido de esta obra con una profusión de citas: la representación fantasiosa de la propia muerte; la grafomanía ya mencionada, que lo aboca a un constante volver sobre lo escrito y a una conciencia prematura y voraz de la inutilidad de las palabras ("No escribo porque estoy condenado, sino que estoy condenado porque escribo"); la certeza de ser un muerto-en-vida y de practicar, por tanto, una escritura póstuma; la mezcla de odio y dolor, dolor existencial y odio a la vida, a los otros y a uno mismo; el gusto por lo escatológico, lo indecente, como reverso de su pasión culturalista; y, por último, "la pulsión de la repetición", que lo aboca a un constante trasegar de lo propio y lo ajeno, un girar sobre el vacío con los textos que lo han acompañado a lo largo del tiempo.
Leído ahora, este Panero final se nos aparece como los restos del estallido creativo que tuvo lugar en los años setenta —entre Así se fundó Carnaby Street y Last River Together—, con una réplica tardía en Poemas del manicomio de Mondragón (1987). Su escritura desde entonces es un largo texto discontinuo hecho de pecios que giran en el remolino de su autodestrucción.
Y aun así… Los poemas de Cantos del frío son estremecedores en su aparente desnudez ("Dos brasas son los ojos del suicida / Dos armas para saciar la noche") y la proeza de Estantigua sin arma que dé carne al imperium (2011), dictado originalmente en italiano y autotraducido luego por él mismo, nos recuerda que estamos ante una inteligencia poética poco común. No en vano, el poeta al que más cita —así en El ciervo aplaudido— es T. S. Eliot.
Incapaz de poner sus tierras en orden, Panero supo al menos apuntalar estos fragmentos tardíos contra su ruina. El resultado nos sigue interpelando.
Qué perfecta es la estupidez del hombre
Que lleva estúpidamente una flor en el ojal
Y canta canciones de sí mismo
Y acaricia la ruina
Y besa estúpidamente al desastre
A la anarquía del desastre
A la miel de la ruina
Al terror como la única certeza de estar vivo.
De 'Cantos del frío'