Algo de mí mismo
Rudyard Kipling
31 enero, 1999 01:00Insomne, a punto de precipitarse en la depresión nerviosa, sus últimos años los vivió preso del rencor y de la cólera porque notaba como la estrella de su fama iba a la deriva. Ya lo advirtió Jacques Janssens al estudiar su última época: "La hora de Kipling ha pasado". Y algo de su rencor, pero sobre todo de su genio indudable, más allá de las modas, se nos sirven en estas memorias que publicó después de su muerte en 1936, pero que había comenzado veinte años antes.
En ellas volvemos a encontrar las claves de su mundo literario, ese mostrar al lector una amplia gama de mundos psíquicos y existencias humanas y, a la vez, "contar a los ingleses que Inglaterra era algo más que loque ellos conocían". Incompletas, llenas de retraimientos y silencios, es al lector a quien se estimula para llenar sus numerosos vacíos biográficos. Más que hacer una exhaustiva narración de su existencia, demuestran, sobre la base de un relato de iniciación, la idea de hacer su vida, del tiempo y los lugares en los que vivió un hogar habitable, idea que después recogería de otro modo Heidegger. Un hogar que fue la India de su primera infancia con sus olores, su mar y sus palmeras, pero cuyo recuerdo quedó destrozado en los internados ingleses.
Unos internados que sin embargo marcaron su carácter para siempre y que además nos enseñan el tono con que están escritas estas memorias: "Guardar para sí todas las penalidades, no quejarse nunca, no dejar traslucir cualquier debilidad". Mucho se ha escrito, no obstante, del intenso dramatismo de estas páginas, de ese niño Kipling a merced de palizas y de sombras, y esa exageración que critican autorizados biográficos como Robert Escarpit o Bonamy Dobrée quiza este en consonancia con la creación del personaje aquí representado. Un personaje que quiere mantener el equilibrio, la compostura a pesar del abismo y del destino que se abre a sus pies.
Kipling, escritor formado en el periodismo, no oculta nunca su mirada reporteril para retratar la vida de los seres con los que convivió, ni su institnto periodístico para construir sus historias. Su prosa transparente, la fácil trama de sus recuerdos esconden no obstante un complejo estilo lleno de matices psicológicos, de ironías de filias masónicas en lo ideológico que al final componen su autorretrato en función del mundo con que se relacionó. Al hablarnos de sus comienzos como periodista en la Civil ad Militar Gazette no traza sólo las claves de sus vicisitudes personales, sino también el ambiente de la India: sus costumbres, la vida de los fuertes militares, las epidemias o las noches en el Club. Lo mismo ocurre cuando habla del Londres en donde se instaló con poco más de veinte años como escritor consagrado; o cuando pasa unos años viviendo en Nueva Inglaterra donde nos enseña el entramado social y político de los Estados Unidos.
Exquisito en su técnica narrativa, identificándose y distanciándose a su gusto de la narración de los hechos, todo lo cifra, en unas lúcidas páginas finales de poética, en "la precisión y la amenidad". De ambas se nutren sus fantasías literarias de fetichista que coleccionaba vidas ajenas y los objetos y las geografías propias de su vida. En Kipling la geografía es siempre ideológica y estética. Y en este bello libro encontramos la medida de ese hombre, de sus posiciones políticas incluso cuando las calla, un hombre al que la posteridad avulgarada lo tiene atrapado entre las ensoñaciones militaristas y las series animadas de Walt Disney. Pero en el que hay que reconocer la gran literatura.