Lucha contra el demonio
Stefan Zweig
20 febrero, 2000 01:00Es un libro claro y eficaz, muy literario, no demasiado denso, a veces un tanto retórico para los gustos del ensayismo actual. A Zweig hay que agradecerle la nitidez con que expone sus tesis
No bien recordado hoy -pese a algunos intentos de recuperación, como el libro de Jean-Jaques Lafaye, Nostalgias europeas. Una vida de Stefan Zweig- el autor austríaco, cuyas novelas nutrieron hermosas películas -Carta de una desconocida- y cuyo suicidio, en 1942, exilado en Brasil, conmocionó al mundo doliente de entonces, tan célebre en vida, tan popular y al tiempo tan discretamente atrevido, no ha vuelto a encontrar aún hoy su espacio. Que Zweig -nacido en Viena en 1881- merece, como parte de aquella ciudad, antes de la 2ª Guerra Mundial, portentosa. Claro que junto a la fuerza o enjundia de Musil o de Roth, en Zweig, en su obra narrativa o en su ensayismo, se percibe una ligereza, un viento alado, que más parece francés que centroeuropeo. Quizá lo que más perviva de la obra de Zweig sean sus biografías más sólidas -María Antonieta- y algunas de sus novelas cortas, como la citada Carta de una desconocida o incluso la en su momento avanzada, La confusión de los sentimientos. Pues hay algo que no se debe olvidar en nuestro autor (y que prefacia el libro que voy a comentar) su afán, no minoritario, de entrar e iluminar sendas raras, incluso sendas prohibidas.La lucha contra el demonio. (Hülderlin. Kleist. Nietzsche), editado en 1921 y dedicado significativamente a Freud, es mucho más un ensayo que tres biografías. De hecho más que narrarnos la vida de esos tres grandes y desgarrados alemanes -apenas bosquejada en las páginas- lo que Zweig pretende es trazar la radiografía de tres espíritus violentamente románticos, que lucharon contra su propio demonio y al fin perecieron en esa lucha. Hülderlin y Nietzsche murieron en la locura y Von Kleist, el poeta dramático, se suicidó de un disparo en la sién. Como convenientemente se aclara en la Introducción que precede a los tres estudios, el demonio al que se refiere Zweig, no es el mal de los cristianos o los católicos, sino el daimon de los griegos, ese lado oscuro de la conciencia -el ello freudiano- que empuja al ser hacia el infinito o hacia el caos, de donde procede, y cuya máxima significación el creador busca. Hülderlin sueña una Grecia ucrónica y utópica que no es sino el absoluto reino del espíritu; como Kleist solo busca la inmensidad que lo aleje de lo cotidiano y Nietzsche no desea sino una euforia que, hija del dolor, sea el sentimiento de un nuevo mundo. Quiméricos, desasosegados, terribles, los tres -en cierto modo poetas- deben a su lucha con el demonio la creación de sus mejores obras, pero también su caída en el abismo, su imposibilidad para la vida. La lucha contra el demonio es un libro claro y eficaz. Pero si ahí radica su virtud, ahí estaría también hoy su defecto. Muy literario, no demasiado denso, a veces un tanto retórico para los gustos del ensayismo actual, a Zweig hay que agradecerle la nitidez con que expone su tesis, y hay que reprocharle cierta ausencia de datos que las hubieran solidificado y -sin abandonar lo literario, siempre muy plausible como vehículo ensayístico- un algo más de enjudia o (quizá venga a ser lo mismo) un punto más alto de concentración. Con todo, se trata de un libro sencillamente iluminador.
La lucha contra el demonio se publicó ya en la traducción (que suena muy bien) de Joaquín Verdaguer, en la Editorial Apolo de Barcelona en 1935, en pleno éxito mundial de Zweig y en la editorial que editó entonces parte de su narrativa entre nosotros. La presente edición es una mera reimpresión de aquélla, con un pequeño descuido (raro en colección tan cuidadosa) y es que en el estudio sobre Nietzsche falta el último capitulillo, titulado El educador de la libertad. El último apartado de la edición presente, La danza sobre el abismo, es en realidad el penúltimo. Faltan, pues, unas cinco páginas. No obstante aquí está la lección daimónica de Zweig (que contrapesó en otro libro, La curación por el espíritu) que oponía a la firmeza, equidad y templanza de un Goethe, el delirio pánico, atractivo y perturbador de estos tres románticos abismáticos, indudablemente altos e indudablemente seductores.