J. Martínez y la epopeya de Ruedo Ibérico
Albert Foment
7 junio, 2000 02:00El primer libro publicado en Ruedo Ibérico fue "La guerra civil española" de Hugh Thomas al que seguiría "El laberinto español" de Geral Brennam (en la imagen)
La realidad que se desprende de las páginas de Forment -que resulta generalmente muy aséptico en sus descripciones- es que Ruedo Ibérico fue todo un símbolo de la oposición de izquierdas pero, en términos historiográficos, realmente resultó muy poco más
José Martínez fue un anarquista, hijo de anarquistas, que vivió la revolución ácrata de 1936, los colegios de la posguerra e incluso un servicio militar bajo el franquismo en el que fue suboficial sin que lo impidieran los antecedentes de "rojo" de su padre. En 1948, José Martínez optó por la emigración a Francia estableciéndose en París. La suya sería entonces una existencia en la que se conjugarían los amoríos, la inquietud cultural y política y la búsqueda de ayudas que le permitieran solucionar el día a día. Depresivo y ciclotímico, en 1960 fundó con cuatro amigos Ruedo Ibérico pero en los años siguientes la empresa equivaldría a las ideas y sudor de José Martínez. Perpetuamente endeudado, soñaba con crear una editorial española en el exilio que superara la labor de Losada, FCE, Grijalbo u Oasis. Se trató de una trayectoria comenzada con buen pie ya que el primer libro publicado fue La guerra civil española de Hugh Thomas, al que seguiría El laberinto español de Gerald Brennan.
Aunque hoy resulta difícil negar que ambas obras han estado supravaloradas durante años, durante décadas han disfrutado de un carácter paradigmático constituyendo no sólo una especie de buque insignia de Ruedo Ibérico sino un ejemplo de las lecturas obligatorias para el que deseara conocer lo sucedido en España durante las primeras décadas del siglo XX. La verdad, sin embargo, es que los libros tenían un valor más simbólico que historiográfico. Forment señala, por ejemplo, cómo el intento de publicar el Testimonio de Manuel Hedilla, escrito en realidad por García Venero, acabó derivando en pleitos y en la publicación de un libro encargado de refutarlo escrito por Southworth o cómo José Martínez descubrió que un libro redactado por Alejandro Rojas Marcos y sus colaboradores no era sino un plagio, razón por la que hubo que acompañarlo de un prólogo mucho más interesante que el texto del andaluz. El uso de portadas sugerentes como la que identificaba al Opus con una repugnante tela de araña, la publicación de textos de ETA como Operación Ogro o la edición de novelas pornográficas fueron algunos recursos utilizados para equilibrar el presupuesto de una editorial estimada en los círculos de la oposición a Franco pero no sobrada de lectores. La realidad que se desprende de las páginas de Forment -que resulta generalmente muy aséptico en sus descripciones- es que Ruedo Ibérico fue todo un símbolo de la oposición de izquierdas pero, en términos historiográficos, realmente resultó muy poco más. Sus aportes fueron muy modestos ya que a la tirada escasa de las obras se sumó un valor muy mermado de las mismas. Es difícil que hoy se pueda mantener por los libros de Brennan, de Jackson o de Thomas la veneración de hace unas décadas e incluso los estudios de Payne exigirían una actualización a fondo. Paradójicamente, algunos de los mejores libros sobre la guerra civil, como la Historia del ejército popular de la República de Salas Larrazábal o El gran engaño de Burnett-Bolloton, se publicaron en España en la época aún mítica de Ruedo ibérico.
No puede extrañar por ello que la editorial entrara en un período de irreversible decadencia durante la Transición porque el número de lectores reales de aquellas obras era reducido y porque lo prohibido se había convertido ya en cotidiano. Para José Martínez, la época iniciada tras la muerte de Franco constituyó una experiencia en buena medida agria. Tal y como lo describiría Jorge Semprún en una de sus novelas, el avezado editor no lograría encontrarse en una España que distaba mucho de la que había dejado treinta años atrás. En adelante -mientras seguía alentando una clara prevención contra el PCE que había diezmado a los anarquistas y poumistas durante la guerra civil y desconfiaba del nuevo sistema democrático- intentaría sobrevivir con ayudas oficiales. En esa pugna por ser fiel a unos ideales ácratas y, a la vez, comer tres veces al día sorprendió la muerte a José Martínez. Falleció en la cercanía del referendum de la OTAN, en marzo de 1986, cuando era jefe de publicaciones del Instituto de España. Con él estaba ya muriendo una forma de entender la izquierda que había sido derrotada en 1939 y que volvió a ser vencida a partir de 1977. Pero la izquierda que triunfaba era deudora de aquellas publicaciones salidas de la rue Latran de París. Quizá por ello no debería extrañar que resultara históricamente semianalfabeta, que se sintiera desorientada ante conceptos como el de nación, que coqueteara estúpidamente con nacionalismos como el vasco o que pensara que ser intelectual era comulgar con los presupuestos de lo políticamente correcto.