Sade, una vida
FRANCINE DU PLESSIX GRAY
21 marzo, 2001 01:00La biografía de du Plessix es irritante de puro prolija, e intachable en el desarrollo del contexto histórico, pero no hay aquí datos que no supieran los estudiosos del pornógrafo, que son legión. Hay que recordar a uno de los máximos especialistas de Sade, Rafael Conte, que ya abordó su biografía en su admirable Yo, Sade (Memoria de la historia, Planeta, 1990). Lo cierto es que Donatien Alphonse François, marqués de Sade (1740-1814) perteneciente a la más antigua aristocracia francesa, vivió en pugna con el mundo desde su niñez. Hijo único del conde de Sade (nunca quiso adoptar el título paterno), un diplomático licencioso que tuvo asuntos con la justicia y de una madre ausente, Donatien pasó su infancia con su abuela paterna y su tío Jacques-François de Sade, un abad erudito y libertino que cultivaba la amistad de Voltaire y de su amante, madame de Chatêlet. Más tarde, Sade cambiaría ese ambiente de libertinaje por los jesuitas Louis-Legrand de París. Tras servir en el ejército durante la guerra de los Siete Años, el joven Donatien se lanzó a la vida disipada del París de 1762 y fue descrito por su padre como "chusma, carente de una sola virtud, la cabeza llena de pájaros y un apetito insaciable de placer". El conde de Sade arregló un matrimonio de conveniencia entre su desquiciado vástago y la insulsa Renée-Pélagie, hija del acaudalado Montreuil, presidente de un tribunal de justicia parisino. Poco después Donatien se ve envuelto en un juicio, acusado por una prostituta de obligarla a cometer actos sacrílegos, y es trasladado al calabozo de Vincennes. Seguirán los ultrajes a la moral, las acusaciones de someter a mujeres a torturas sexuales, los procesos y los confinamientos. Fue condenado a muerte y liberado con la Revolución francesa.
Es interesante el análisis de las contradicciones del Sade revolucionario y político, que ya había empezado su carrera literaria. Una vocación política que se vio frustrada pronto y que se truncó definitivamente cuando se confiscaron copias de Juliette y el marqués fue encerrado por la policía napoleónica en el manicomio de Charenton. Allí organizó funciones teatrales con los locos y escribió hasta su muerte, despreciado por los suyos, acompañado de su último amor, Constance, y todavía con ganas de jueguecitos con la joven lavandera Magdeleine Leclerc.
La lectura sigue suscitando preguntas: ¿Demente o cuerdo? ¿Víctima o verdugo? En medio de sus largos confinamientos ¿reivindicaba el autor de Los ciento veinte días de Sodoma, tal como vislumbró Blanchot, "la libertad de decirlo todo"? O acaso habrá quién crea a Gilbert Lely, biógrafo y editor de las obras completas del marqués en los 60, cuando afirma que fue "el genio más atrozmente calumniado de la historia de la humanidad".