Memorias de un bufón
ALBERT BOADELLA
5 septiembre, 2001 02:00Cualquiera que conozca la trayectoria filosa de Albert Boa-della (aunque no la conozca al dedillo, como es mi caso) no podría esperar del padre de Els Joglars unas memorias al uso, quiero decir descafeinadas, dictadas, meramente chismosas, o dedicadas -según el antiguo título de Pemán, que tantos han seguido incluso desde posiciones antagónicas- a narrar Mis almuerzos con gente importante, ni siquiera añadiéndole la corrección, pertinente, de Vázquez Montalbán: Mis almuerzos con gente inquietante.
No. Memorias de un bufón es un libro prieto y bien trabado, donde, pese al tono sereno que quiere dominar el conjunto (pues en parte de la digamos ficción, El Bufón ya ha muerto) asoman, por doquier, y sobre todo en la segunda mitad, los muchísimos desacuerdos que Boadella manifiesta con la sociedad que le ha tocado vivir, en especial con Cataluña, España en general (Boadella nunca ve Cataluña sino como una parte de España) y aún con Francia, donde vivió en exilios voluntarios e involuntarios, y que tampoco sale nada bien parada, como demostró la obra Virtuosos de Fontainebleau.
Los XIX capítulos del libro -en los que incluyo el "Epílogo"- están escritos (y es un acierto) a dos voces: en negrita los textos o la propia voz del Bufón (Boadella) y en letra regular, alternándose siempre, avanzando en el tiempo, pero también con contínuos anticipos o flash backs, escribe en tercera persona, distanciándose, un narrador o biógrafo que apostilla o aumenta las palabras de ese Bufón, al que conoció muy de cerca, y que ya ha desaparecido. Naturalmente en las memorias abundan los nombres propios más o menos reconocibles (toda memoria está llena de nombres antaño importantes y ya perdidos) y por ello, supongo, existe un índice onomástico, donde podemos encontrar a Suárez, a Felipe González o a un Alfonso Guerra visto fugazmente en esguince de lobo... Albert Boadella quiere hablar pausado -rememorando en la tranquilidad, no diría yo que en el perdón- pero no puede dejar de contarnos su lucha, sus venganzas, su perenne apetito de disidencia, la frecuente sensación de que no le han entendido -él nunca fue un progre- mientras pasa revista a su vida de niño barcelonés nacido en 1943, hijo de padres que pertenecían al bando derrotado (pero que no cambiaron, que supieron ser fieles a su derrota, no como los de después) hasta su actual retiro ampurdanés en Jafre y hasta la ceremonia oficial -para él surrealista, incomprensible- de recibir en 1999, de manos del Rey, la Medalla de Oro de Bellas Artes. En una buena escritura, con algunos catalanismos que dan sabor a la frase (el Sergi, tramuntana, etc.)... Boadella se nos define como "un ácrata conservador", lo que no sólo nos hace entender muchos de sus bochinches -algunos tan serios como su choque con una Justicia Militar aún no reformada en 1977, a raíz de la obra La Torna- sino su admiración dual, entre luces y sombras, por Josep Pla y Salvador Dalí, personajes contradictorios y complementarios, que representaron lo más profundo y lo más universal de Cataluña (sin hurtarse al resto de España) y que pese a ello concluyeron siendo denostados o preteridos por el nacionalismo catalanista oficial -uno de los mayores odios de Boadella- al que llama "nacionalismo montserratino", y cuya representación y abominación máxima será -era del dominio público- Jordi Pujol.
En Memorias de un bufón -que no es un libro ligero, aunque se lea con facilidad- abundan los momentos entrañables (el niño español en el colegio de París, en los años 50; los tipos curiosos del teatro o de la cárcel; el retrato intermitente del padre, viejo anarquista) pero también las disertaciones sobre el arte escénico y la modernidad, a partir del inicio de Els Joglars vinculados con el mimo, y las reflexiones sobre la generación vendida al capitalismo -una generación depredadora- o ese sentido de la libertad y de una catalanidad nunca excluyente (y por tanto nunca catalanista) que Boadella ha intentado defender -tampoco faltan los autorreproches, no exagerados- desde la transgresión y la provocación, se diría, pero también desde la fidelidad a un mundo más limpio, no solo ecológicamente, sino también ideológicamente. Aristofánico y satírico, más que vanguardista, Albert Boa-della echa en falta una sociedad que guarde lo que vale la pena guardar y que al tiempo sea singularmente libre, es decir, pura. ¿Una entelequia? El libro quiere ser optimista -y acaso lo sea, con la resignación de la edad- sin serlo. Hay amargura, rabia, vitalismo, y mucha demolición de falsarios y malandrines: "Que hoy en España gobierne la no-ideología con mayoría absoluta es un fracaso estrepitoso de toda una generación". Polémico Boadella, ahora con el pelo blanco. Pero rebelde Boadella sobre todo, su lado mejor, cuando dice que en su nicho se puede leer Bufón General del Reino. Como sea, uno de tantos, nunca.