Image: El aprendiz de brujo. Picasso, Provenza y Cooper

Image: El aprendiz de brujo. Picasso, Provenza y Cooper

Ensayo

El aprendiz de brujo. Picasso, Provenza y Cooper

JOHN RICHARDSON

31 octubre, 2001 01:00

Trad. Fernando Borrajo. Alianza, 2001. 362 páginas, 3.500 pesetas

John Richardson es el autor de la espléndida biografía de Picasso, cuyos dos primeros volúmenes abarcan desde 1881 a 1917 y ocupan más de mil páginas. Este monumento de erudición no es la obra de un mero estudioso, sino de un apasionado del arte, obsesionado por Picasso desde que a los quince años trató inútilmente de comprar el entonces más reciente grabado del pintor, La Minotauromaquia. Alguien que conoció a la perfección el escenario y los bastidores del arte del siglo XX, un mundo tan deslumbrante como difícil de transitar, en el que se introdujo gracias a su relación con el coleccionista Douglas Cooper, con el que convivió entre 1949 y 1961.

El aprendiz de brujo, cuya aparición en inglés en 1999 fue reseñada en EL CULTURAL, es un libro verdaderamente apasionante, en el que su autor ha tenido la inteligencia de aparecer como personaje secundario. Así, tras unas primeras páginas dedicadas a la muy anglosajona tarea de trazar un esbozo de su genealogía y su educación, nos conduce a lo largo de una serie de encuentros y episodios en los que van apareciendo casi todos los grandes artistas de entreguerras, coleccionistas, editores, poetas, amantes y demás especímenes que viven en la intersección del arte y el dinero.

Douglas Cooper, que donó al Museo del Prado obras de primera importancia, como el Retrato de Josette de Juan Gris o Naturaleza muerta con palomas, de Picasso, fue el primer gran coleccionista de arte cubista. En 1932 heredó una pequeña fortuna: 100.000 libras esterlinas, cuya tercera parte decidió dedicar a la adquisición de un tipo de arte por entonces aún poco valorado. La precocidad de su apuesta, unida al hecho de que Cooper tuvo la inteligencia de centrarse sólo en cuatro artistas: Picasso, Braque, Gris y Léger, y a un período -de 1906 a 1914- que consideraba el apogeo del cubismo, dieron como resultado que al comenzar la II Guerra Mundial poseyera 132 cuadros cubistas, muchos de ellos auténticas obras maestras. La personalidad de Cooper era, cuando menos, compleja, si no explosiva. Profundo conocedor no sólo del arte de su época, sino de artistas del XIX como David o los primeros impresionistas, escribió una formidable cantidad de libros y artículos, entre los que sin duda ocupa el primer lugar el gran catálogo razonado de la obra de Juan Gris, publicado en 1977. Pero además, Cooper tenía una lengua tan aguda como su inteligencia, era homosexual, furiosamente antimonárquico y anglófobo y despreciaba sobre todas las cosas el conservadurismo cultural de Inglaterra, encarnado en la temerosa política de adquisiciones de la Tate Gallery. Una de sus polémicas más virulentas fue la que encabezó contra uno de sus incautos directores, John Rothenstein, cuya destitución no logró, pero le decidió a privar a la Tate de cualquiera de sus tesoros. Cooper no coleccionaba arte como negocio, sino como placer y como una forma de conseguir éxito social. Cuando el Museo del Prado le convirtió en el primer miembro extranjero de su patronato, estaba granjeándose una simpatía que se plasmó en la donación de un espléndido legado.

El otro gran protagonista del libro es Picasso. El autor le conoció en 1953 en La Galloise, justo cuando se introducía tímidamente en la corte picassiana la que sería su último gran amor, Jaqueline Roque. Richardson simpatizó con ella y en buena medida su amistad con Picasso fructificó gracias a esas atenciones. Richardson acabó por ser íntimo amigo de Jaqueline y una de las páginas más emotivas de este libro es la dedicada a los taciturnos recorridos de ambos por los estudios de Picasso, al poco de su muerte.

Richardson escribe con una falta de afectación ejemplar y no rehuye algunos pasajes un tanto escabrosos de su propia biografía, si vienen al caso. Además de cotilleos entretenidos y algunas anécdotas desternillantes acerca de los Noailles, Isaiah Berlin y otras eminencias, hay en este libro informaciones valiosas relativas a la obra de Braque, Picasso y a la relación de ambos, por ejemplo. El relato del último encuentro de Picasso con Dora Maar o el de sus propios negocios con Helena Rubinstein, que tenía collages de Juan Gris tirados por los suelos, son realmente instructivos.