Image: El general que humilló a Franco. Vicente Rojo

Image: El general que humilló a Franco. Vicente Rojo

Ensayo

El general que humilló a Franco. Vicente Rojo

Carlos Blanco Escolá

20 noviembre, 2003 01:00

Carlos Blanco Escolá. Foto: Mercedes Rodríguez

Planeta. Barcelona, 2003. 348 páginas, 18’50 euros

Carlos Blanco, historiador y militar, ha abordado en los últimos años episodios, instituciones o personajes del ámbito castrense con un decidido afán polémico. Ha sustituido conscientemente el examen académico por un tratamiento apasionado del objeto de ánalisis, tomando partido hasta mancharse.

Por dicho enfoque combativo, por su voluntad de llegar al gran público y por el tema (nuestra guerra civil, para simplificar), muchos lectores tenderán a la comparación con los recientes éxitos de venta de autores como Pío Moa, aunque es preciso indicar desde el principio que nos encontramos aquí en las antípodas ideológicas de éste.

Blanco pone las cartas boca arriba en el propio título de sus libros: así, La incompetencia militar de Franco, o Mola, el ególatra que provocó la guerra civil; y ahora usa un término (humillar) que muchos juzgarán desproporcionado, teniendo en cuenta que, pese a todo lo que se pueda criticar sobre las cualidades estratégicas de Franco, fue éste, y no Rojo, quien ganó la guerra. Nuestro autor argöiría ante este reparo, y con ello entramos en el meollo de su obra, que el segundo perdió, pese a sus aciertos, por la inferioridad de medios del ejército republicano, y el primero venció, pese a sus múltiples errores, por la asistencia masiva en armas, material y soldados de las potencias fascistas.

Ya estamos pues en la línea adecuada para entender el sentido de este estudio: vindicar la talla humana, intelectual y profesional de Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor Central del Ejército Popular y principal responsable de facto de las operaciones de guerra en el bando republicano hasta comienzos de 1939. Rojo se nos presenta en primer término como un militar regeneracionista (en la estela de los comandantes Ibáñez y Angulo), un talante que no llegaría lamentablemente a prender en el ejército español; en segundo lugar, como un hombre entregado a su profesión, sobre todo en la vertiente reflexiva y pedagógica, adornado en este sentido de las mejores cualidades: estudioso, trabajador, discreto, modesto, ponderado; y, al fin, como el hombre providencial que sale del anonimato para desempeñar un papel crucial en un momento crítico: la resistencia de Madrid en noviembre de 1936, cuando parecía inevitable la caída de la capital ante el avance arrollador de las tropas franquistas.

Pero ninguna de esas cualidades de Rojo, que el desarrollo de la guerra no haría sino confirmar, se entiende en todo su calado sin considerar el contexto castrense de la época. Según Blanco, las virtudes de su personaje deben contraponerse a la ideología corporativa, fascista y corrupta de los militares africanistas que, por desgracia, sería la que terminaría imponiéndose.

La máxima expresión de estos vicios se encarna, como el lector supondrá, en el Generalísimo, antítesis del jefe republicano en todos los aspectos, desde el privado al profesional. En las personas y en el propio estamento militar he aquí, pues, dos sensibilidades irreductibles: la colonialista, pretoriana y autoritaria, frente a la europeísta, civilista y democrática.

Más que una biografía de dos grandes militares, es éste un ensayo sobre dos maneras distintas de entender el papel del ejército y de conducir la guerra. En este sentido el libro, bien escrito, claro y ameno, cumple su cometido. Precisamente por ello no hubiera estado de más pulir algunas valoraciones arriesgadas.

Puede concederse, aunque sea discutible, la simetría entre Franco y Rojo, por cuanto el primero tuvo un margen de maniobra política de la que careció el segundo; puede aceptarse que se defienda con entusiasmo la labor del segundo porque supo moverse con habilidad e inteligencia entre "la escasez de medios y urgencia de fines"; pero el énfasis en la "ignorancia supina" de Franco en estrategia y, sobre todo, afirmaciones contundentes como que éste "pasó la guerra bailando al son que tocaba Vicente Rojo" (p. 251) pueden resultar a todas luces excesivas. Aunque probablemente este tono provocador y controvertido era lo que pretendía el autor.