Image: Cuando el tiempo nos alcanza

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Ensayo

Cuando el tiempo nos alcanza

Alfonso Guerra

3 junio, 2004 02:00

Alfonso Guerra. Foto: Carlos García

Espasa. Madrid, 2004. 354 páginas, 20 euros

La historia bien merece ser contada. En los últimos años de la dictadura franquista unos cuantos jóvenes sevillanos se incorporaron a un viejo partido, casi totalmente desarticulado por la represión en el interior y con una dirección en el exilio que se mostraba incapaz de sintonizar con las nuevas inquietudes de la sociedad española.

En 1974 se hicieron con el control del mismo, en 1977 lo habían convertido en la primera fuerza de la oposición y en 1982 obtuvieron un rotundo triunfo electoral. De esa historia Alfonso Guerra fue uno de los principales protagonistas y por ello hay que congratularse de que haya decidido publicar esta primera entrega de sus memorias, en la que sin embargo lo que calla no es menos importante de lo que cuenta.

El libro cubre desde su infancia sevillana, la de un niño nacido en el seno de una familia modesta que accede a los estudios superiores en virtud de su capacidad intelectual, hasta su acceso a la vicepresidencia del Gobierno. Las inquietudes políticas e intelectuales de los primeros años de su juventud fueron las propias de su generación, pero lo notable de su caso es que no le llevaron a incorporarse al Partido Comunista ni a un grupo recién creado, como era lo habitual, sino a unirse a un PSOE que parecía tener más pasado que futuro. En parte ello se debió a la coincidencia de haber conocido al hijo de Alfonso Fernández Torres, un veterano militante socialista. Pero también le influyó un temprano rechazo hacia el contenido antiliberal del comunismo, algo excepcional en unos años en los que el anticomunismo parecía inaceptable en los medios de izquierda.

¿Se dieron cuenta, Felipe, Alfonso y los demás, del capital político que adquirían al desplazar a la dirección socialista en el exilio? Se estaban haciendo con una imagen de marca que los enlazaba con la legitimidad histórica de la izquierda española y, al mismo tiempo, con un apoyo de los grandes partidos socialistas europeos que les permitiría presentarse como la izquierda moderna y europea. Sin embargo, según Alfonso Guerra, cuando en 1974 Mitterrand le comentó que en muy pocos años podrían estar gobernando, él experimentó una sensación de sorpresa e incluso de rechazo. Este es uno de los temas recurrentes del libro: él nunca deseó el poder.

La personalidad de la gente suele ser compleja y no hay que sorprenderse de que Alfonso Guerra uniera un cierto distanciamiento hacia el poder con una evidente habilidad en su ejercicio, que a él no le parece apropiado denominar maquiavélica. Resulta sin embargo curiosa la paradójica presentación que de sí mismo hace en su libro. Los dos rasgos más tipicos de su imagen pública eran su lengua mordaz y el férreo control que ejercía del partido. Los niega ambos y explica que fueron inventados por los medios de comunicación, a los que atribuye una marcada hostilidad a su persona (especialmente en el caso de El País). Pero a su vez ofrece datos que parecen confirmar lo uno y lo otro. Por ejemplo, la anécdota de cómo una mirada suya bastó para que el profesor Tierno Galván retirara la petición de palabra que acababa de hacer en un congreso del partido. Supuestamente todos le obedecían porque se habían hecho una imagen falsa de lo que Alfonso Guerra representaba.

Hubiera sido deseable que Guerra explicara cómo se construyó, en buena parte bajo su dirección, esa notable maquinaria política que es el PSOE, y sabe a poco lo que cuenta sobre sus relaciones con Felipe González. En conjunto no estamos ante un libro que ofrezca grandes revelaciones, pero sin duda proporciona información interesante sobre la renovación y ascenso al poder del Partido Socialista Obrero Español.