Image: Richard A. Clarke

Image: Richard A. Clarke

Ensayo

Richard A. Clarke

Contra todos los enemigos

17 junio, 2004 02:00

Richard A. Clarke. Foto: Paul Sakuma

Taurus. Madrid, 2004. 384 páginas, 19’95 euros

"Averiguad si Sadam Hussein ha hecho esto, o si está relacionado de alguna manera..." Era el 12 de septiembre de 2001 y para el presidente Bush la principal tarea de los responsables de la lucha antiterrorista debía ser esa.

Lo cuenta Richard A. Clarke, quien por entonces ocupaba el puesto de coordinador nacional antiterrorista, en un libro que ha tenido un enorme impacto político en Estados Unidos. No es para menos. Clarke es un testigo muy cualificado de cómo se han enfrentado a la amenaza terrorista las sucesivas administraciones americanas y su veredicto acerca de la administración Bush es devastador. Tras haber ignorado la gravedad de la amenaza de Al Qaeda hasta el 11-S, Bush reaccionó posteriormente de la manera más inadecuada, emprendiendo en Irak una guerra innecesaria y costosa, que desde el punto de vista de la lucha contra el terrorismo está resultando contraproducente.

Clarke no cree que Bush sea el "chico rico, estúpido y perezoso" del tópico difundido por sus críticos. Tiene una mente capaz de concentrarse en la solución de los problemas y una gran energía en la persecución de sus objetivos, pero su principal defecto es una tendencia a contentarse con soluciones simples y estereotipadas, inapropiadas para cuestiones tan complejas como el terrorismo internacional. En contraste con el enorme interés que Clinton mostraba por ampliar su información acerca de los temas del momento, Bush tiende a aceptar los consejos de un pequeño grupo de colaboradores y a darse por satisfecho con planteamientos simplificadores. Clarke le recuerda tachando las fotografías de los líderes de Al Qaeda que habían sido eliminados, como si la lucha consistiera sólo en eso, como si el peligro mayor no fueran los nuevos reclutas que continuamente afluyen a las filas de Al Qaeda y otros grupos similares en todos los rincones del planeta.

Su gran error, según Clarke, ha sido la guerra de Irak, porque el régimen de Sadam Hussein no tenía nada que ver con Al Qaeda y no era una amenaza para los Estados Unidos. Por el contrario, las imágenes de las fuerzas norteamericanas invadiendo un país árabe rico en petróleo han sido las más adecuadas para facilitar la tarea a los propagandistas de Al Qaeda. Para el lector español, sin embargo, lo más interesante del libro no son las críticas a la guerra de Irak, de sobra difundidas en nuestro país, sino su insistencia en la gravedad de la amenaza a la que nos enfrentamos. Clarke está convencido de que frente a esa amenaza hay que recurrir a medidas de fuerza y lamenta en su libro los obstáculos que, tras los ataques a las embajadas norteamericanas de Kenya y Tanzania en 1998, pusieron ciertos sectores de la CIA y el Pentágono a los proyectos de eliminar a Bin Laden mediante un ataque selectivo. Cuenta incluso que, al saber que Al Qaeda trataba de asesinarle, no le sorprendió demasiado, pues eso es lo que él mismo pretendía hacer con el terrorista saudí.

Pero no se trata tan sólo de eliminar a asesinos confesos como Bin Laden, fanáticos que pretenden imponer al mundo su deformada visión del Islam. Las líneas de actuación que propone Clarke en la parte final de su libro componen una estrategia antiterrorista integral, basada en tres elementos. En primer lugar, medidas de prevención contra todo tipo de ataques, incluidos los efectuados con armas no convencionales; en segundo lugar, una ofensiva ideológica contra el fundamentalismo de Al Qaeda, que ha de basarse en los valores comunes de Occidente y el Islam; y en tercer lugar una política activa en países como Afganistán, Irán, Arabia Saudí y Pakistán, para ayudarles a actuar contra el terrorismo y contra sus causas.

El libro de Clarke merece pues ser leído, aunque la calidad de la traducción española deje que desear y el diseño de la portada invite a no leerlo. En la traducción (insólitamente realizada a siete manos) hay disparates de los que sólo mencionaré uno: los Jefes de Estado Mayor son correctamente citados como tales en la página 238, pero en la página anterior son unos humildes "jefes de personal", para convertirse nada menos que en "Jefes de Estado" en la página 275. ¿Nadie puede revisar las traducciones antes de su publicación? En cuanto a la portada, que en contraste con la sobria edición original americana presenta a un Bush sonriente sobre un fondo en que arden las Torres Gemelas, lo menos que puede decirse es que representa una falta de sensibilidad sorprendente en un país tan golpea-do por el terrorismo como el nuestro. ¿O es que contra Bush vale todo?