Image: Obediencia debida. Del 11-S a las torturas de Abu Ghraib

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Ensayo

Obediencia debida. Del 11-S a las torturas de Abu Ghraib

Seymour Hersh

27 enero, 2005 01:00

Seymour Hersh. Foto: Michael Schmelling

Trad. I. Murillo y L. Murillo. Aguilar. Madrid, 2004. 440 páginas, 19 euros

Los periodistas de investigación resultan a menudo molestos y hacen más difícil la tarea de los gobernantes, pero sin ellos habría menos democracia genuina. El norteamericano Seymour Hersh, recientemente galardonado por El Mundo, es sin duda uno de los mejores y en Obediencia debida, su octavo libro, bien traducido al español, lo demuestra una vez más.

Hersh se hizo famoso en 1969 cuando dio a conocer la matanza que tropas de su país habían cometido en la aldea vietnamita de My Lai y treinta y cinco años después ha jugado un papel clave en revelar los abusos cometidos en la cárcel iraquí de Abu Ghraib. Entre tanto se ha ganado un sólido prestigio, que le permite acceder a fuentes muy bien informadas, especialmente de las Fuerzas Armadas y los servicios de inteligencia de los Estados Unidos y otros países. Como es obvio, la mayoría de esas fuentes han de permanecer anónimas, lo que crea un cierto desasosiego al lector. ¿Será verdad todo lo que Hersh cuenta? ¿Estará tratando de intoxicarle alguno de sus anónimos informantes? Se trata de un riesgo inevitable cuando alguien se adentra en un mundo tan complejo y reservado como el que se investiga en Obediencia debida, pero hay que decir que la solvencia de Hersh inspira credibilidad. Sus denuncias han resultado lamentablemente fundadas tanto en el caso de My Lai como en el de Abu Ghraib.

Algunos de los capítulos de Obediencia debida son fascinantes, pero el libro en su conjunto resulta una especie de puzzle que al lector puede resultarle difícil armar en su cabeza. Ello se debe, en parte, a que se trata de una reelaboración de 26 artículos que ha publicado durante los últimos años en "The New Yorker", de los que es fácil apreciar que han sido escritos en fechas distintas, y también a que no resulta sencillo comprender una trama en la que intervienen norteamericanos, iraquíes, afganos, norcoreanos, saudíes, iraníes e israelíes. Sin embargo el mundo es ansí, como diría Baroja, y para entender el crucial problema de la seguridad global hay que atender a todos esos actores, a los que Hersh conoce como muy pocos periodistas.

El primer bloque de artículos se centra en el escándalo de Abu Ghraib, que Hersh sitúa en un contexto general problemático, el de la voluntad de la administración Bush de "cruzar la frontera", es decir de recurrir a medios radicales para combatir a los enemigos de los Estados Unidos. El segundo se refiere a por qué fracasaron el FBI y la CIA en prevenir los ataques del 11-S (un fracaso, por cierto, que contribuyó a esa voluntad de "cruzar la frontera"). Y el tercero aborda la intervención en Afganistán, cuyos resultados quizá acaben siendo más favorables de lo que Hersh se temía. A todo ello le siguen bastantes artículos dedicados a la cuestión de Irak, entre los que destacan los que se dedican a aclarar el misterio de por qué la administración Bush presentó como incontrovertible la existencia de armas de destrucción masiva en aquel país.

El resto del libro, que se ocupa de otros países, incluye algunos artículos del mayor interés sobre el alarmante tema de la proliferación nuclear. La ya demostrada inexistencia de un programa nuclear iraquí activo en 2003 no debe hacernos caer en el error de creer que la proliferación no representa una amenaza gravísima. Hersh cuenta magistralmente la tragicómica historia de cómo Pakistán, aliado fundamental de Washington, exportó durante años tecnología nuclear a Corea, Irán y Libia; de cómo el líder libio Gaddafi, al ver lo que se le venía encima a Hussein, reveló la trama; de cómo el científico nuclear pakistaní, Abdul Qadeer Khan asumió públicamente todas las culpas y fue perdonado por el presidente Musharraf; y de cómo Washington aceptó esa curiosa solución.

Hersh sigue en la brecha. En el último número de "The New Yorker" afirma que comandos norteamericanos han localizado emplazamientos nucleares en Irán. Como era de suponer, la administración Bush lo ha desmentido. No se pierdan el siguiente capítulo.