La guerra que vino de África
Gustau Nerín
9 junio, 2005 02:00Guerreros de Abdelkrim
Enjuiciar la guerra civil española de un modo romántico o como asunto específicamente ibérico fue una tentación descabellada que muchos, sin embargo, mantuvieron en su momento, sobre todo fuera de nuestras fronteras.Más habitual ha sido encuadrarla en el tenso ambiente europeo de la época, con la extrema polarización ideológica y el imparable avance de los fascismos: de ahí esa simplificación, comúnmente aceptada, de que fue el preludio de la gran contienda mundial. Pero lo que había quedado siempre en un segundo plano era la dimensión africana, la cerrada mentalidad colonialista del sector del ejército que dirige la guerra civil, con Franco a la cabeza pero, según expresa el autor, con toda su "pandilla de amigos", los Sanjurjo, Millán Astray, Alonso Vega, Yagöe, Varela, etc.
Esa camarilla, comandada al principio por Berenguer, constituía "una red de fidelidades basada en el reparto de prebendas". Se había desarrollado así, y por la comunión ideo-lógica, una fortísima solidaridad en- tre sus miembros. "Hombres de fe", aunque sus convicciones fueran tan esquemáticas como brutales, se sintieron llamados por la Providencia a salvar a España del enemigo interior. Y la salvaron de la única forma que sabían. La guerra que desencadenaron poco tuvo que ver con los usos europeos: era una conflagración colonial en toda regla, la reedición en el solar hispano de las batallas de exterminio que habían llevado a cabo en el Rif unos militares formados en el colonialismo salvaje, el Mr. Hyde de la civilización occidental. Ello explica, siempre siguiendo al autor, el carácter despiadado de nuestra guerra civil, con atrocidades y sevicias que desbordaban las necesidades puramente bélicas.
La clave africana se convierte así en la explicación determinante de la masacre que desencadena en España esa elite fanática, profesionales de las razzias y escarmientos ejemplares. En estas páginas no se mantiene una actitud cauta o circunspecta, sino todo lo contrario, se toma partido hasta la extenuación: los responsables únicos de la tragedia de 1936 son estos militares sanguinarios, golpistas iletrados (p. 61), que no sólo odiaban a los intelectuales o la masonería sino hasta Barcelona y Cataluña, identificadas en su ignorancia con catalanismo y anarquismo. Como contrapunto a esos "españolistas feroces" se dibuja un país pacífico, una república frágil, cuyo mayor pecado fue desconfiar más de los núcleos izquierdistas que de la extrema derecha. La ceguera llegó hasta el mismo Frente Popular, que recelaba de los comunistas más que de los "rebeldes reaccionarios" (p. 107).
Y fueron éstos los que violaron la legalidad que les incomodaba. No atendamos a sus excusas para el levantamiento. Venían preparándose para ello nada menos que desde treinta años antes, según se dice en la primera página. Era su venganza contra todo lo que ponía en cuestión su rancio sistema de valores. Y la ejecutaron sin remilgos, del modo que mejor sabían, desarrollando en el propio país una especie de guerra colonial. Hasta las propias fuerzas marroquíes instrumentalizadas por los franquistas gozaron de los privilegios del ejército colonial en territorio ocupado. El autor, siempre atento a lo políticamente correcto, subraya la implacable crueldad franquista pero contextualiza el terror que desper- taban los moros, aludiendo a que el etnocentrismo nos incapacita para comprender algunas prácticas marroquíes.
Con todos esos elementos se pueden entender mejor ciertas características de la guerra civil que han despertado numerosas controversias. Así, determinadas decisiones de Franco que implicaban una prolongación innecesaria del conflicto, o la misma naturaleza de la represión del régimen en términos cuantitativos y cualitativos. Nerín enfatiza que Franco sólo concebía su triunfo como aplastamiento, con la rendición incondicional del enemigo y su sometimiento a una suerte de expiación, sin pactos o componendas que supusieran una amenaza futura para su poder absoluto. Quizás exagera, entre otras cosas, la especificidad del ejército español, pero en general su investigación desde el punto de vista documental es impresionante. Debía haber dejado por ello que los documentos hablaran por sí solos. No necesitaba adoctrinar al lector de modo paternal y machacón acerca de quiénes eran los buenos y los malos de esta triste historia.