El colapso de la República
Stanley Payne
23 junio, 2005 02:00Stanley Payne. Foto: Antonio Heredia
En los últimos años algunos historiadores han ganado el favor del público lector con el análisis de las circunstancias que, a largo plazo, condujeron a la guerra civil española. Sus escritos han puesto en duda el carácter inmaculadamente democrático del régimen republicano surgido en 1931, o se han permitido cuestionar si ese perfil democrática era aún reconocible en la situación política que existía en España a mediados de julio de 1936.Esas preguntas no dejan de tener sentido si se presta atención a la violencia política que distinguió aquellos años -más de dos mil doscientos asesinatos políticos, según Payne- o a los continuados periodos en los que estuvieron suspendidas, o limitadas, las garantías constitucionales. Mucho menos aún cuando se sabe, como nos contaron en sus memorias Alcalá-Zamora y Martínez Barrio -presidentes de la República y del Gobierno, respectivamente, durante las elecciones de noviembre de 1933-, que Manuel Azaña, que lideraba a los derrotados republicanos de izquierda en aquellas elecciones, y que pasa por ser la encarnación de aquella República, solicitó de ambos políticos la formación de un gobierno de izquierdas que disolviera la Cámara recién elegida y convocase inmediatamente nuevas elecciones.
Ese tipo de cosas no ocurren en un sistema democrático normalmente constituido, y harían aconsejable un replanteamiento serio de la verdadera fisonomía de aquel régimen.
Stanley G. Payne se ha puesto a esa tarea con la indudable autoridad que le dan más de cuarenta años, y casi dos docenas de títulos constantemente traducidos, dedicados a la España más reciente, con aportaciones pioneras sobre el fascismo español y el nacionalismo vasco. El propósito abierto que anima su último libro es el de "ahondar en el estudio de los seis meses previos a la guerra civil" pero, desde su mismo inicio, la perspectiva cronológica se amplía decididamente y, aparte de ofrecer, en los capítulos iniciales, unos ensayos excesivamente generalizadores sobre la España de los dos últimos siglos y sobre la segunda República, el autor centra su atención en el año 1933 porque entiende que fue entonces cuando se produjo la "polarización" de posturas políticas que habría de dar al traste con el régimen.
Los principales responsables de esa polarización serían, por un lado, un Partido Socialista que, desde el comienzo del verano, veía como su principal líder, Francisco Largo Caballero, empezaba a dar lo que se ha conocido como su "giro bolchevique" y, por otro, un partido de base católica -la CEDA- que se había constituido a comienzos de 1933 y cuyo jefe, José María Gil Robles, había hecho también manifestaciones poco respetuosas hacia la democracia parlamentaria durante la campaña electoral de aquel año. Payne aplica a ambas formaciones la denominación de "semileales", de acuerdo con una terminología sugerida por Juan Linz.
Por otra parte, el estimulante programa de reformas acometido por los gobiernos de 1931 no fue gestionado siempre con la prudencia que exigía la profundidad de las transformaciones acometidas y generó tensiones innecesarias. Azaña, que se reconocía un "radical" desde mucho antes de que se estableciera el nuevo régimen, realizó su tarea sin el contrapeso de las derechas, que se quedaron al margen de la consulta electoral de finales de junio de 1931, lo que favoreció el sentido patrimonial del régimen por parte de los nuevos gobernantes. Para Payne se trataba del "renacimiento del radicalismo pequeñoburgués del siglo XIX". Predominó la idea de ruptura con la vieja elite política, con resultados que habrían de revelarse funestos.
La situación cambiaría radicalmente con las elecciones de noviembre de 1933 que dieron una mayoría a los republicanos radicales, de orientación moderada, y a los católicos que se encuadraban en la CEDA. Fue entonces cuando salió a la luz una voluntad de exclusión que haría imposible la supervivencia del régimen ya que, como señala el propio Payne, "sólo en la imaginación de la izquierda española era posible que un sistema democrático funcionase sin llegar a un acuerdo con la opinión católica". La revolución de octubre fue un jalón importante en ese proceso de polarización, y los resultados, como es bien sabido, no pudieron ser más desoladores.