Image: Genios. Un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares

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Ensayo

Genios. Un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares

Harold Bloom

15 septiembre, 2005 02:00

Harold Bloom. Foto: Archivo

Traducción de Margarita Valencia. Anagrama, 2005. 940 páginas, 27’50 euros

El genio literario -explica Bloom en la obra- "es difícil de definir y depende de una lectura profunda para su verificación. El lector aprende a identificar lo que él o ella sienten como una grandeza que se puede agregar al yo sin violar su integridad. Quizás la ‘grandeza’ no esté de moda, como no está de moda lo trascendental, pero es muy difícil seguir viviendo sin la esperanza de toparse con lo extraordinario."

De nuevo, Harold Bloom se autodesigna en estas páginas como el gran paladín de la literatura y su último profeta. Desafortunadamente, elige otra vez las armas equivocadas para defender nuestro legado universal. Cabalga en un ego que apenas cabe en las páginas del texto.

La desproporcionada extensión del libro, digo con respecto a las ideas expuestas, tiene más que ver con el egotismo del distinguido crítico norteamericano que con la defensa del canon. Y, como siempre, los filisteos que se atreven a mantener ideas distintas a las suyas son demonizados sin compasión.

El libro no aporta nada nuevo. Todo lo hemos leído ya antes. La única sorpresa digna de mención, y vaya sorpresa, es la organización del libro, que viene impregnada de realismo mágico, o mejor dicho, de esoterismo. Bloom divide el texto de acuerdo con La cábala, un libro esotérico que establece las relaciones entre el hombre y el mundo mediante figuras místicas e imágenes verbales. De entre esas imágenes verbales, o sefirots, y bajo diez de ellas, Keter, Hokmah, Binah, etcétera, ha agrupado cien comentarios de otros tantos genios. Bloom se acerca así a un universo donde lo comprensible, lo razonable, cede paso a la mera especulación iluminada. El resultado, el libro, visto desde su organización es una especie de homeopatía de la literatura. Gustará a quienes tienen fe letrada.

El genio se intenta definir, pero nunca se consigue de verdad. El lector debe conformarse la idea de que "el genio es idiosincrático y enormemente arbitrario y, en últimas, solitario" (pág. 19). Aquí reside el quid y el centro del pensamiento del crítico, su concepción individualista del hombre. Para él, los seres humanos existen en sí mismos y por sí mismos, desdeñando las circunstancias de su existencia, por eso piensa en genios, en individualidades, y se olvida de la importancia del dónde ocurre.

Los genios de lengua española seleccionados, Cervantes, Borges, Alejo Carpentier, Octavio Paz, García Lorca y Cernuda, lo son, pero precisamente por razones muy distintas de las alegadas. Nuestra tradición literaria nunca se podrá explicar sin el Lazarillo, sin Rubén Darío, sin Valle-Inclán, y sin muchos otros. Y, por supuesto, nunca podremos entenderla en profundidad sin la ayuda de un Calderón de la Barca. Para la cultura española es mucho más importante que conozcamos estos autores que a Jonathan Swift o a Alexander Pope. Quiero simplemente decir que la relevancia de las grandes obras no depende de su genialidad inherente. El dónde se manifiesta es igualmente importante.

Lo mejor del volumen son las citas, el maravilloso "Soneto 129" de Shakespeare, sobre el amor y la lujuria, un texto de Tolstoi, otro de Jane Austen, uno de Proust, y así. Cien grandes autores fallecidos de la literatura universal están allí, y su genialidad comentada arroja luz sobre sus obras, pero para encontrarla hay que quitar la hojarasca (palabrería) que la cubre. Cito: "El secreto de Montaigne, al menos para sus lectores masculinos, es su universalidad. Emerson, quien como ensayista fue discípulo de Montaigne, exaltó a su antecesor, como ‘el más franco y el más honrado de los escritores’. T. S. Eliot, a quien le disgustaba Montaigne, explicaba el poder del ensayista por su capacidad de articular un escepticismo universal. Y sin embargo es posible que tanto Emerson como Eliot, el admirador y el detractor, se hayan equivocado en su apreciación de la universalidad de Montaigne. El escepticismo no es el corazón del genio de Montaigne, como no lo es el de Hamlet, quien claramente milita en las filas del ensayista francés. Montaigne es un cómico carismático, un genio de la personalidad".

Un ejemplo de comentario banal, que también los hay, intenta condensar el genio de Thomas Mann: "Suelo urgir a mis estudiantes y a los lectores que vienen a las presentaciones públicas de mis libros a que regresen a La montaña mágica en estos momentos de conflicto -se refiere al 11/9-. El propio genio de Mann consiste en enseñar a aplicar ‘un oído muy fino’ sin el cual ‘seríamos más fácilmente seducidos por la brutalidad’" (pág. 223).

Este libro exhibe además aspiraciones didácticas. Media docena de ayudantes de investigación, editores y agentes literarios, han colaborado en la confección del volumen. Junto al monumento del yo autorial percibimos un deseo de ser completo, de citar las obras de los autores tratados, con sus fechas de publicación, de manera correcta.

No obstante, y a pesar de todo lo dicho, los libros de Harold Bloom acaban enganchándonos, porque ningún crítico contemporáneo tiene ni demuestra mayor pasión por la lectura, por la literatura. Leemos todos sus libros a modo de rezo obligado y pagamos el alto canon que exige la Harold Bloom Limited Liability Company, dueña del copyright de sus obras.