Ensayo

Los cautivos de la Moncloa

Raúl del Pozo

17 noviembre, 2005 01:00

Raúl del Pozo. Foto: Carlos Barajas

Planeta. Barcelona, 2005. 159 páginas, 19 euros

En el clima de enfrentamiento en que se halla hoy la política española parece difícil que alguien escriba un libro sobre Aznar y Zapatero que no sea una diatriba contra uno de ellos, pero Raúl del Pozo trata de ofrecer un retrato ponderado de ambos.

él mismo es consciente del peligro al que con ello se expone: "escribir de política es sumamente arriesgado en España si no estás alineado en una formación". Tanto más en cuanto que el suyo no es un libro de un historiador o un politólogo, que se pueden escudar en el rigor del análisis y en el tono neutro de la prosa académica, sino el de un periodista con un lenguaje colorido que reparte mandobles a diestra y siniestra. No es tampoco un libro que desarrolle ordenadamente sus argumentos, sino un ejercicio de "divagación o rememoración" del que van surgiendo a retazos los retratos de sus dos protagonistas. Equilibrado, poco complaciente y bastante completo el de Aznar, menos concluido el de Zapatero, acerca del cual Raúl del Pozo, como tantos de nosotros, no parece saber todavía a qué carta atenerse. ¿Un Bambi de amplia sonrisa e ideas vagas o alguien al que la derecha debiera temer más que despreciar?

Su tesis básica es la que da título al libro: Los cautivos de la Moncloa. Tres de los cinco presidentes de la democracia española (los otros son Calvo Sotelo, que allí estuvo muy poco, y Zapatero, que allí sigue) terminaron cayendo en un narcisismo y una megalomanía que les condujeron a un poco glorioso final, incluso en el caso de aquél a quien Raúl del Pozo considera el mejor, el propio Aznar. A través de las citas de conversaciones entre ambos y de comentarios de sus colaboradores, la imagen que de Aznar se va formando en Los cautivos de la Moncloa resulta convincente en sus luces y sus sombras. Un político patriota, a quien le gustaría que en España, como en Francia, la bandera estuviera en las escuelas y hasta en las bodas, convencido de que la libertad económica es el camino del progreso, que de hecho presidió un período de notable desarrollo para España, y que decidió respaldar a Bush en Irak porque estaba convencido de la importancia que para Europa tiene el vínculo transatlántico y porque quería situar a España en la cumbre de la política mundial. Pero también un político a quien no le importa resultar antipático y ha dejado pocos amigos al dejar el poder, que al final de su mandato se vio afectado por delirios de grandeza y cometió el gran error de dejarse arrastrar a una guerra contra las fuerzas del mal, predicada en América por una secta de cristianos nuevos "a los que se les había subido la Biblia a la cabeza".

Respecto a Zapatero, a quien Raúl del Pozo contribuyó a que se le llamara Bambi, no ofrece tanto un juicio definitivo como elementos para ese juicio. Recoge muchas de las incisivas críticas que en los últimos meses le ha lanzado Rajoy, a quien considera un político moderno, racional, buen dialéctico y con sentido del humor, pero que no supo hallar un estilo propio en la campaña electoral del 2004. Cree, sin embargo, que sería un error subestimar a Zapatero, un hombre que "ni pierde la sonrisa, ni descuida el puñal" y que contra todo pronóstico ganó en las primarias del PSOE y en las generales, éstas "en el último segundo y de penalti". Pero teme que el bosque de Birnan, el que se movió contra Macbeth, el que Felipe vio avanzar hacia la Moncloa y trastornó a Aznar, termine también con José Luis Rodríguez Zapatero. Por el bien de España, esperemos que las brujas de Shakespeare no se hayan encarnado esta vez en Maragall, Carod y Mas.