Caro Baroja y Gerald Brenan. Una amistad andaluza
Caro Baroja
16 febrero, 2006 01:00El "melancólico" Caro Baroja. Foto: Eberhard Hirsch
Apenas tres años después de publicarse la traducción española de El castillo interior, la monumental y casi definitiva biografía de Gerald Brenan a cargo de Jonathan Gathorne-Hardy, la edición de esta correspondencia entre el hispanista británico y Julio Caro Baroja viene a documentar una de las muchas tramas que confluyeron en la vida del primero y a arrojar alguna luz sobre la polifacética y un tanto enigmática personalidad del segundo.
También hay algún lugar para los acontecimientos históricos. Pero que estos dos recalcitrantes conservadores vean posible, y casi inminente, el final de Franco en 1959, o que se escandalicen por la manipulación oficial de la muerte de Ortega, después de una sorprendente "reconciliación" con la Iglesia, no dejan de ser añagazas, meras distracciones eruditas de quienes vivían, por vocación, lejos del devenir histórico y añoraban el tiempo sin tiempo del folklore y la tradición. El tiempo, lo sabemos por El castillo interior y las propias memorias de Brenan, acabaría por sorprender a éste en forma de mujeres jóvenes y desinhibidas que acudían a España a rebufo de la naciente contracultura. Mujeres como Joanna Carrington o "Hetty", que irrumpen en el retiro de Brenan para depararle trabajosas fantasías de anciano enamorado.
Naturalmente, la huella que estas sombras fugitivas dejan en la exquisita correspondencia del intelectual es muy discreta: quejas del caos doméstico que acompaña la visita de la primera, o una escueta crónica de su alocada escapada a Marruecos con la segunda. En un discreto y paciente segundo plano se mantiene Gamel Woolsey, la compañera de Brenan desde 1930, cuya muerte en 1968 marca el clímax emotivo de la vejez del escritor. Al poco tiempo, este incurable mujeriego acoge en su casa a quien sería la compañera de sus años finales, Lynda Pranger. Para alguien que no conociera de Brenan nada más que la educada superficie que aflora en esta correspondencia, estos nombres no serían más que discretísimos figurantes en una trama cuyo principal ingrediente sería el trabajo intelectual. Y, posiblemente, este lector poco informado captaría la verdad esencial. Porque de algo sí podemos estar seguros: en una correspondencia como ésta, los interlocutores muestran exactamente la imagen que quieren proyectar al exterior. Y, seguramente, estos dos artífices de sí mismos -el apasionado Brenan, el melancólico Caro Baroja- querían ser como se mostraron en estas cartas: ecuánimes, especulativos, desinteresados, distantes...