El fuego secreto de los filósofos
Patrick Harpur
20 abril, 2006 02:00Jean-Jacques Rousseau
No hace todavía muchas semanas que al comentar un libro sobre Eugenio Trías recordábamos las bases de un filosofar flexible, fértil, que sacara al pensamiento de la rigidez del sistema y aportara al pensar la vitalidad que se precisa en nuestros días.
El fuego secreto de los filósofos es, ante todo, un gesto de libertad creadora; pero gesto del que fundamenta su análisis en un conocimiento sensible y múltiple; se convierte así el filosofar, como se nos dice, no sólo en una flexible sucesión de los conceptos y los mitos del campo filosófico sino también en una jugosa muestra de estilo literario, en una obra de pura creación. Una cita de Milton al frente del libro previene del razonar y del conocer severos y sitúa al conocimiento en lo ilimitado, en lo que tiene sentido astral, pero también en la materialidad de los cuatro elementos. Visión, pues, de totalidad. Y si en su prólogo el autor debe insertar su libro en la tradición, nos recordará no sólo algunas anécdotas vivificadoras sino el referente de la Cadena áurea, en la que brilló el tipo de pensamiento que el autor ama y que fue reveladora de un fuego secreto. Un fuego y un secreto a los que se acceden a través del simple mirar, dice Harpur, del contemplar.
No sabemos si para despistar al lector poco ejercitado en la libertad lectora y habituado a los esquemas preconcebidos, Harpur lo traslada de golpe, en el primer capítulo, a la Islandia del año 1000. A partir de ahí, todos son hallazgos en la amena prosa de este autor que mantiene tensa, en todo momento, su exposición entre el pensar y el sentir; empapando siempre sus páginas de informaciones nuevas y deshaciendo los límites y la ortodoxia de los razonamientos. Parecería, a veces, que Harpur escapa del tiempo presente, pero de golpe nos sumerge en la realidad más viva de nuestro tiempo; así en el capítulo "Los mitos del maquinismo" o "El encanto de la televisión". Nos parece así que hemos entrado de lleno en la Revolución Electrónica (que no Industrial) de nuestro tiempo, cuando ya tenemos de nuevo a Harpur trasladándonos con el vuelo del chamán al sosiego del paseo (Coleridge, Rousseau) y a las esencias de la filosofía romántica.
La "magdalena" de Proust puede ser un tópico fácil, pero en este libro puede servirle al autor para trasladarnos, en un súbito y nuevo vuelo, a la China del gran Matteo Ricci y a las fantasías de psicólogos y psiquiatras. Pensamos, a cada momento, que el autor nos distrae de un pensar esencial, pero basta leer con atención para darnos cuenta de que hay siempre una corriente subterránea, un hilo sutil, que enlaza coherentemente los no menores conceptos del saber esencial, los de esa Cadena áurea que es la columna vertebral de este libro: el saber del "no saber" el uno y lo múltiple, los significados del amor, el mito, espíritu y alma, la iniciación, lo trascendente y lo "autotrascendente…"
En cualquier caso, nunca las aproximaciones analíticas, epidérmicas, que hagamos a este libro nos transmitirán una visión completa de él; es decir, la gustosa experiencia que supone leerlo. Difícil son el enfoque y la interpretación epidérmicos de un libro que no ha sido escrito para mentes domeñadas. El "fuego secreto de los filósofos" no es, a fin de cuentas, sino el fuego de la vida, es decir, un leer e interpretar, un filosofar, a la luz de lo que divierte, informa y fecunda, y no de lo que sentencia o acota.