Ensayo

Cuentos chinos. El engaño de Washington y la mentira populista...

Andrés Oppenheimer

27 julio, 2006 02:00

Andrés Oppenheimer

Debate. Barcelona, 2006. 400 páginas, 20’90 euros

La evidencia es clara: los nuevos países emergentes de Asia y también de Europa se benefician de la globalización, desarrollan sus exportaciones y aumentan el bienestar de sus ciudadanos, mientras que los países latinoamericanos se conforman con unos índices de crecimiento modestos, insuficientes para resolver sus graves problemas sociales. La cuestión es por qué.

El famoso columnista del "Miami Herald" Andrés Oppenheimer, nacido en Argentina y establecido hace décadas en Estado Unidos, galardonado con los premios Rey de España y Ortega y Gasset, ha tratado de averiguarlo mediante entrevistas a políticos, empresarios y académicos en una decena de países. Su conclusión es muy sencilla: América Latina tiene que optar entre la vía que han seguido China, India, Chile, Irlanda o Polonia, es decir la de captar inversiones y desarrollar exportaciones de mayor valor añadido, o la del engaño populista de los "capitanes de micrófono", Chávez y Castro.

La segunda ofrece mucho colorido, pero tiene el inconveniente de que no permite reducir la pobreza. Es más, en la Venezuela de Chávez el número de pobres ha aumentado, según las propias estadísticas venezolanas. Claro que para el caudillo bolivariano las que se equivocan son las estadísticas, porque se realizan con instrumentos propios de un país neoliberal.

Acerca de lo que está ocurriendo en Venezuela, Oppenheimer ofrece opiniones contrapuestas, la de quienes piensan que está en marcha un proyecto totalitario que va a ir avanzando en fases sucesivas y la de quienes piensan que Chávez es un improvisador que sólo se guía por su propia megalomanía. Lo segundo parece más probable, en cuyo caso el proyecto "narcisista-leninista" de Chávez, así lo llama Oppenheimer, no representaría más que una nueva versión del caudillismo populista, que compromete el futuro de país pero se gana apoyos mediante el reparto de subvenciones. El alza del precio del petróleo lo ha permitido.

Con todo, lo de Chávez no pasa de ser una anécdota. Lo grave es que la mayor parte de los dirigentes políticos, económicos e intelectuales latinoamericanos no han entendido la gran lección de los nuevos países emergentes. Hay que atraer inversiones extranjeras, hay que promover la educación, dotarse de los científicos, ingenieros y técnicos necesarios y lograr productos competitivos que puedan abrirse camino en el mercado global. No parece ser eso lo que piensa por ejemplo Kirchner, quien se esfuerza en demostrar lo poco que le importa el mundo exterior, con gestos como el de dar un plantón a Putin o echar una reprimenda a los principales empresarios españoles, gestos que son muy apreciados por sus conciudadanos. El peligro a medio plazo es que la frustración social generada por la falta de expectativas se traduzca en una quiebra de la seguridad ciudadana. Ya se está camino de ello: el 75% de los secuestros mundiales se produce en América Latina. Y mientras que millones de jóvenes viven en una pobreza favorable a la marginalización, los más ricos siguen gozando de una educación universitaria gratuita, privando de una importante fuente de ingresos potencial a las universidades.

Todo lo cual no preocupa demasiado a Washington, sobre todo desde que los atentados del 11-S han centrado su atención en otras partes del mundo. México se ha beneficiado muchísimo de su tratado con Estados Unidos y Canadá, pero
Oppenheimer no ve en el libre comercio una panacea, porque la apertura de mercados sólo favorece a los que son capaces de competir. El buen camino, según Oppenheimer, es el de la Unión Europea, que ha promovido el desarrollo de sus miembros menos prósperos porque les ha ofrecido libre comercio, desde luego, pero también ayudas económicas y, lo que es más importante, unas reglas de juego que garantizan a los inversores. No parece que los Estados Unidos vayan a hacer algo semejante por sus vecinos del Sur y los intentos de integración promovidos por los propios gobiernos latinoamericanos, como Mercosur, no están dando mucho juego. Los países latinoamericanos corren el riesgo de quedar marginados en el mundo del siglo XXI, pero si ello ocurre, opina Oppenheimer, sólo podrán culparse a sí mismos. Las oportunidades existen y Chile o Costa Rica ya están sabiendo aprovecharlas.