El pacto de Santoña (1937)
Xuan Cándamo
27 julio, 2006 02:00Lo de menos era que ello supusiese traicionar al resto de España y a la República. Más importante aún, en lo relativo a una supuesta patria común, el PNV consideraba absurda cualquier invocación en ese sentido: ni en aquellas circunstancias excepcionales se debían a solidaridad alguna con los españoles, puesto que los vascos no eran tales. De hecho las negociaciones del cura Onaindía, un ministro de Exteriores de facto del gobierno Aguirre, se hicieron con la Italia de Mussolini, porque a los nacionalistas vascos no les importaba postrarse al fascismo..., siempre que no fuera español.
Y así, contrastando con el ejemplo de la "heroica Madrid", la defensa de Bilbao fue un auténtico coladero a caballo entre la insensatez y la vileza. En una ciudad hambrienta, los jefes de los bravos gudaris prepararon una rendición masiva entre caviar y champán, "la cena de las estrellas" (pág. 141). Ante el empuje cada vez más decidido del ejército franquista, los batallones vascos y los dirigentes nacionalistas fueron reculando hasta que en la costa santanderina se consumó la capitulación total, al margen del gobierno español y desentendiéndose de la suerte del ejército popular. No se trataba ya de la característica ambigöedad del PNV sino de un doble juego criminal que políticamente supuso una auténtica puñalada por la espalda a la República y militarmente precipitó la caída del norte, decantando la marcha de las operaciones bélicas a favor de Franco.
¿Por qué un episodio tan significativo ha permanecido relativamente velado? Porque ninguno de los intervinientes tenía interés en remover un asunto que terminó siendo una descomunal chapuza. Los barcos para la huida no llegaron, y, en fin, lo último que deseaba el gobierno republicano era seguir dando armas al enemigo con sus disensiones internas. Nadie sin embargo podía parangonarse a los peneuvistas en capacidad para enterrar su infamia primero y pasar luego a un contraataque que les presenta una vez más como víctimas, hasta el punto de recuperar la versión tradicional de la heroica resistencia vasca al fascismo español.
Xuan Cándano cuenta esta patética historia con mesura, sin caer en maniqueísmos o descalificaciones innecesarias. Sabe que el simple relato factual basta para que el lector se introduzca con asombro y asco en este truculento ir y venir de personajes sectarios y mezquinos. La ignominia roza a veces lo inverosímil, pero todo quedaba justificado en el nombre de Euzkadi. Como bien resume en el prólogo Gregorio Morán, en estas páginas puede comprobarse hasta la náusea que el patriotismo criminal no es patrimonio de simples canallas, sino de gente de buena conciencia y religiosidad acendrada.