La memoria oculta del PSOE en la guerra civil
Alfredo Semprún
11 enero, 2007 01:00Largo Caballero, en la cárcel modelo de Madrid (1934)
Esta nueva obra del periodista Alfredo Semprún es la continuación en todos los sentidos (el más obvio, el cronológico) de su reciente volumen sobre el asesinato de Calvo Sotelo (El crimen que desató la guerra civil). Si en este caso trataba de los prolegómenos del enfrentamiento, ahora aborda los primeros meses (julio a noviembre del 36) con la misma estructura -capítulos en forma de "escenas"- e idénticos presupuestos ideológicos. Vuelve también a confesar el autor que pretende trazar un fresco de los acontecimientos más como "reportaje" que como libro de historia propiamente dicho: una sinceridad que es de agradecer en estos tiempos de apaños y amaños editoriales. Porque, en efecto, el lector hallará en estas páginas las virtudes de un buen trabajo periodístico (agilidad y ritmo narrativos), pero también sus limitaciones a la hora de ahondar en los personajes y sucesos que relata.Vaya por delante que el título no responde plenamente al contenido del libro: aquí no hay tanto una "memoria oculta", pues todos los hechos que se narran son conocidos, cuanto un alegato implacable contra la conducta socialista durante el verano de 1936, caracterizada según Semprún por el maximalismo doctrinal -la oportunidad revolucionaria- y el faccionalismo más ruin en la praxis, siendo lo más sorprendente entonces y ahora la falta de autocrítica (p. 164). Pero tampoco puede decirse que sea el PSOE el único centro de atención, pues las diversas "escenas" van prestando atención a uno y otro bando en estos primeros meses de combate: frente a la eficacia y la disciplina que ganan terreno entre los militares rebeldes, se subraya el espíritu de discordia entre los integrantes del Frente Popular.
Fue esa fractura interna y todo lo que conllevaba -la impotencia socialista, el aventurerismo ácrata, el radicalismo de otros grupos marxistas y el auge del PCE- lo que llevó a la República a un callejón sin salida. Por ello, dice Semprún, carece de base culpar a las potencias occidentales de abandono: ¿cómo iban a auxiliar a un régimen que no se desprendía de "histerias revolucionarias" y que por tanto no daba garantías de constituir una democracia homologable con Occidente? Con estas premisas la conclusión está cantada: la República sólo podía alinearse con la Rusia soviética y, así, sólo de ella podía recibir auxilio.
La crítica de los responsables políticos de aquella deriva es, por tanto, el verdadero leit-motiv de la obra. Porque no se trataba, dice el autor, tan sólo de un dislate programático -suponiendo que cupiera hablar de programa de gobierno en aquellas improvisaciones a remolque siempre de los reveses militares- sino de algo mucho peor, una sucesión de crímenes: en este sentido, el propio título de la "escena" cuarta, una frase tomada de las memorias del comunista Enrique Castro, parece resumir -siguiendo siempre las pautas interpretativas de Semprún- aquella locura: "Matar, matar, seguir matando… Después construir el socialismo". El autor admite que no sólo asesinaron los revolucionarios, pero es a ellos (pp. 115-137) a quienes hace responsables de las mayores tropelías.