Image: Odiseas. Al otro lado de la frontera

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Ensayo

Odiseas. Al otro lado de la frontera

Eduardo del Campo

1 marzo, 2007 01:00

Carlets

Fund. José Manuel Lara. Sevilla, 2006 352 páginas, 19’90 euros

Según Naciones Unidas existen 191 millones de personas viviendo fuera de sus países de origen. Pese a que las estadísticas referidas a los movimientos migratorios no son del todo fiables hasta comienzos del XIX, se cree que entre 1619 y 1776 fueron enviados a América 10 millones de esclavos procedentes de áfrica. El XIX registra el traslado masivo de población europea al Nuevo Mundo. Entre 1864 y 1932 abandonaron Europa alrededor de 52 millones de personas para ganarse la vida al otro lado del Atlántico.

Es evidente que las migraciones constituyen una constante histórica. Sin embargo, sus causas, modos de realización, consecuencias en los países de acogida y lo que representan en el plano emocional y simbólico han ido variando a lo largo de la historia. En España la inmigración es un fenómeno tardío. Hasta 1985 llegan sobre todo europeos e hispanoamericanos. En un segundo momento, entre 1986 y 1999, comienzan a llegar norteafricanos y subsaharianos. Es a partir de 2000 cuando arranca una tercera etapa marcada por una llegada masiva, en número y diversidad de orígenes, de inmigrantes. Dicho aumento, no previsto en su magnitud, ha carecido en gran medida de planificación y control. Una consecuencia de ello, como señala Juanjo Medina, profesor de Criminología de la Universidad de Manchester, es que mientras a principios de los 90 el treinta por ciento de los españoles asociaba inmigración y delincuencia, a finales de esa década el porcentaje ascendía al setenta por ciento.

Desde estas consideraciones arranca Odiseas, un libro escrito por un periodista premiado y viajado. Eduardo del Campo ha dado estructura a estas páginas entreverando cinco historias de vida de emigrantes con sus reflexiones fruto de cinco años de trabajo, viajes por todo el mundo, observación participante, entrevistas y múltiples lecturas. El primer relato biográfico es magnífico por su riqueza en matices. Describe el viaje de Albert Yaka, economista y músico, desde su Camerún natal hasta conseguir entrar en Melilla e instalarse en España. Nacido en 1968 en Duala, capital financiera de Camerún, su objetivo era pasar a Nigeria y comprarse un equipo de música, tocar allí una temporada y volver a casa con un poco de dinero ahorrado.

Yaka es un joven religioso, sano, listo y educado. Pero las cosas se complican porque la corrupción lo invade todo en áfrica, y Yaka tarda cinco años -llenos de peripecias y uno de ellos sobreviviendo en las calles de Melilla- en conseguir el salvoconducto que le permite coger un barco a Málaga, con la ayuda de la asociación Bartolomé de las Casas.

Jairo Fernando Valencia representa a los colombianos amenazados de muerte por la violencia que ensangrienta el país. No le queda más remedio que subirse a un avión con destino a Barajas. Larisa Basova es un producto de la confusión de fronteras producida en la URSS por el estalinismo. Como otras rusas se enamora a través de internet. De un tirón, Moscú-Málaga en autobús, 250 kilos de equipaje y un hijo. Boda, embarazo, catástrofe conyugal y divorcio. Rachid Al Etare encarna el adolescente marroquí que se esconde en un camión para atravesar el Estrecho y subsistir de cualquier forma. También lo logra. La última historia de vida es la de Reyes Verdugo. Su marido sevillano emigra a la Alemania del milagro económico en 1961 y ella le sigue. Con este texto lo que pretende Del Campo es contrastar dos modos de hacer las cosas y llevar al lector a la idea de que otro tipo de emigración es posible.

Prostitución, droga, criminalidad, discriminación social pero también solidaridad se ordenan en este volumen rico y variado. El lector queda bien informado pero no puede evitar la sensación de que el autor se coloca desde principio a fin del lado del débil, el inmigrante. Hace bien, sólo que a veces no conviene olvidar tampoco que el funcionamiento del Estado de Bienestar obliga necesariamemte a mantener equilibrios que van más allá de la buena voluntad y de las fronteras abiertas de par en par.