Image: Negar la evidencia

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Ensayo

Negar la evidencia

Bob Woodward

8 marzo, 2007 01:00

Bob Woodward

Trad. S. Ochoa, Y. López, A. García, A.M. Roure. Belaqva. Barcelona, 2007. 702 páginas, 24 euros

Pocos libros han tenido tanto impacto como el último de Bob Woodward, publicado el pasado septiembre en Estados Unidos. Los comentaristas comenzaron a ocuparse de él antes de que se pusiera en venta, los compradores agotaron edición tras edición, los demócratas lo convirtieron en un arma electoral y la propia Casa Blanca consideró necesario refutar algunos puntos. No era para menos. Si las dos anteriores obras de Woodward sobre el tema, Bush en guerra y Plan de ataque, ofrecían una imagen favorable del presidente, en Negar la evidencia George W. Bush aparece como un incompetente, que se niega a admitir el embrollo en que ha metido a su país y está rodeado de una corte en la que las rivalidades priman sobre el esfuerzo común. Como en casos anteriores, el gran valor de esta obra de Woodward estriba en su acceso a las fuentes. En este caso algunos de los testimonios principales son los del príncipe Bandar bin Sultan, embajador saudí y en ocasiones consejero de Bush, George Tenet, jefe de la CIA y Richard Armitage, subsecretario de Estado. Los datos aportados por ellos y por otros funcionarios y militares le han permitido a Woodward completar el cuadro, que ya otros periodistas habían esbozado, de cómo gestionó la administración Bush la intervención en Iraq.

El secretario de Defensa Donald Rumsfeld, con quien Woodward se entrevistó durante la preparación del libro, aparece como uno de los principales responsables del fracaso, un hombre demasiado arrogante como para buscar el consejo de quienes eran capaces de rechazar sus argumentos y que se mostró reacio a enviar a Iraq el volumen de tropas necesario para aplastar la insurgencia en sus inicios. Por ello uno de los aspectos de Negar la evidencia que más interés han causado en Estados Unidos han sido sus revelaciones acerca de las propuestas descartadas de enviar más tropas y acerca de las críticas a Rumsfeld en el más alto nivel de la administración. Otra revelación polémica se refiere a Condoleeza Rice, a quien, cuando era Consejero Nacional de Seguridad, visitaron, dos meses antes del 11-S, Tenet y el jefe de contraterrorismo de la CIA, Cofer Black, para advertirle que era probable que Al Qaeda lanzara pronto un ataque en Estados Unidos. Ella no parece haber prestado demasiada atención a la advertencia, desaprovechando quizá una oportunidad de prevenir los atentados, pero el punto es muy polémico, porque Tenet no mencionó ese encuentro con Rice en su testimonio ante la Comisión del 11-S. Otro tema interesante es el de un informe, hasta ahora no publicado, que, a raíz del 11-S, algunos intelectuales, entre ellos Bernard Lewis y Fareed Zaccaria, redactaron para Bush. Según dicho informe, titulado "Delta del terrorismo", la clave del problema eran Egipto y Arabia Saudí, pero el camino mejor para abordar la reforma del Oriente Medio era eliminar a Saddam Hussein, que representaba una amenaza y al mismo tiempo resultaba vulnerable.

La desventaja que presentan libros como Negar la evidencia es que su misma riqueza de información hace que las cuestiones más importantes queden medio ocultas entre la masa de detalles menores. El problema se agrava en la edición española, en la que se echa de menos un índice de nombres, porque ante el gran número de personajes citados el lector puede encontrarse con que no recuerda quién es determinado funcionario, citado por primera vez 200 páginas antes, y agradecería poder encontrar la referencia. Por otro lado, la traducción, en general correcta, cae a veces en errores. Algunos no resultan demasiado graves, por ejemplo traducir "Marines" por "Marina" (pág. 161), pero hay un caso en que un error distorsiona un tema importante. Se trata del comentario que Tenet le hizo a Bush, en diciembre de 2002, de que la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq, principal razón para la invasión, era un "slam dunk", expresión que la edición española traduce sin fundamento alguno como "fabricada" (pág. 141). De ahí se deduciría que la CIA no creía en la existencia de tales armas, pero lo que Tenet, gran aficionado al baloncesto, le dijo a Bush es que aquello era un "mate", es decir que podía estar seguro de apuntarse un tanto si actuaba sobre la base de que existían. Hoy sabemos que no era cierto, pero es importante saber que por entonces muchos expertos compartían el error.