Image: Los antimodernos

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Ensayo

Los antimodernos

Antoine Compagnon

28 junio, 2007 02:00

Unamuno (abajo, a la izda) es un antimoderno típico. Como Baudelaire o Bertolt Brecht

Traducción de Manuel Arranz Acantilado, Barcelona, 2007 254 páginas, 20 euros

El marbete titular circula ya por artículos y estudios, pues la crítica anda siempre necesitada de etiquetas para sus archivos. ¿Quiénes son los antimodernos? Pues los escritores modernos: Balzac, Brunetière, Bourget, Bernanos, Breton, Barthes… ¿Por qué se les denomina así? Por sentirse modernos y, a la vez, decididos a no renunciar a la tradición, sea cultural o social. Baudelaire, el inventor de la noción de antimoderno y su mejor exponente, fue moderno y al tiempo resistente a la modernidad. El dandi sería el correlato del antimoderno en personaje literario: rebelde ante la realidad social, pero vestido con lujoso esmero. Aunque el profesor Compagnon tiende a tupir las frases con explicaciones como los "verdaderos antimodernos son también, al mismo tiempo, modernos, todavía y siempre modernos, o modernos a su pesar" (pág. 12), sus ideas carecen de dificultad.

La etiqueta antimoderno resulta en verdad un cajón de sastre. Entran en ella casi todos los escritores de calidad, cuantos desean ser movidos por el dinamismo del progreso intelectual, aunque evitando cualquier extremismo. Tal membrete no aplica, sin embargo, a los autores por su carácter o trayectoria personal, sino por su aceptación (Flaubert) u oposición a lo moderno (Charles Maurras). El celebrado crítico Sainte-Beuve fue un "romántico de vuelta" (pág. 15), otra descripción del antimoderno, porque permaneció fiel al espíritu de la Ilustración en pleno romanticismo. En la última página del volumen encontramos una definición complementaria del antimoderno: "Gracq llama a Chateaubriand un "reaccionario con encanto. No encontraremos definición más perfecta del antimoderno: la reacción más el encanto" (pág. 252). O sea, el encanto proviene de la elegancia con que los antimodernos guardan las formas. Los escritores tienden, en fin, a hacerse más conservadores con el paso del tiempo. Sólo los que permanecen morando en la vanguardia son los modernos a ultranza.

Si trasladamos el concepto antimoderno a la literatura española, cabe decir que Leopoldo Alas Clarín y Miguel de Unamuno parecen antimodernos típicos. Ambos comparten una idea progresista de la vida social y cultural, trasladada a sus obras en forma de modernidad formal, mientras permanecieron fieles al racionalismo intelectual, defendiendo asimismo la importancia de la religión en la existencia humana.

Este libro parece un ensayo, aunque en realidad resulta un estudio universitario. Un ensayo, de Roland Barthes o de Ortega y Gasset, ofrece un semillero de ideas, escrito con una pluma suelta y una audiencia amplia en mente, mientras que este trabajo ilustra sus argumentaciones mediante citas constantes y se dirige a los especialistas de la literatura francesa. El volumen aspira a ensayo, pero el número de notas, de frases donde se amontonan las ideas, lo convierte en una lectura árida para el lector común. Es justo afirmar que como estudio académico aborda cuestiones importantes.

Pienso en las páginas dedicadas a explicar la oposición al sufragio universal de ciertos literatos, una característica de los antimodernos, entre quienes cuento a Gustave Flaubert, los hermanos Goncourt o George Sand. Ellos pensaban que la mayoría termina por imponer su fuerza bruta, como hicieron durante la Comuna, menospreciando los asuntos del espíritu. También aborda en profundidad el pensamiento contra ilustrado de los antimodernos, cuyo mejor teórico fue el pragmático Edmund Burke, quien defendía que no se hiciese tabla rasa de lo anterior, como pretendieron los ilustrados fanáticos. Otro capítulo interesante resulta el dedicado al pesimismo. Los antimodernos, concluye el profesor francés, prefieren una sociedad que temple los excesos del hombre natural, echando mano de la familia, de la iglesia o de la monarquía. Ideas que revelan un posicionamiento hacia la derecha del espectro político.

El libro, para terminar, propone el uso de un marbete que reúna en una misma columna a los escritores progresistas respetuosos con la tradición y creyentes en la evolución orgánica y sensata de la sociedad. Manuel Arranz, el traductor reciba nuestro aplauso, pues su tarea no fue fácil.