Image: Fernando de los Ríos. Un intelectual en el PSOE

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Ensayo

Fernando de los Ríos. Un intelectual en el PSOE

Octavio Ruiz-Manjón

13 septiembre, 2007 02:00

Fernando De los Ríos, Pablo Iglesias y Julián Besteiro. Foto: Archivo

Síntesis. Madrid, 2007 511 páginas. 25’50 euros

El partido de Pablo Iglesias, de orientación marcadamente obrerista, no mostró especial interés en que se incorporaran a sus filas intelectuales procedentes de la clase media, pero algunos de ellos se sintieron atraídos por su imagen de partido serio y honesto, en contraste con la corrupción política dominante en la España de Alfonso XIII. Dos de ellos llegaron a jugar un papel relevante en el Partido Socialista Obrero Español: el catedrático de Filosofía Julián Besteiro (1870-1940), que se afilió en 1912, y el catedrático de Derecho, Fernando de los Ríos (Ronda, Málaga, 1879-Nueva York, 1949), que lo hizo en 1919.

Fernando de los Ríos se formó en el ambiente de la Institución Libre de Enseñanza, a la que le vinculaban lazos familiares. Su mentor fue Francisco Giner de los Ríos, tío lejano suyo, y su esposa Gloria era hija de Hermenegildo, hermano del anterior y diputado republicano. Ingresó en el PSOE a los cuarenta años, cuando era catedrático de la Universidad de Granada, distrito por el que ese mismo año ganó un acta de diputado, en disputa con el caciquismo local. Fue miembro del gobierno provisional de la República, ministro con Manuel Azaña y embajador en Washington durante la Guerra Civil. En 1974 Virgilio Zapatero publicó un primer libro sobre él, Fernando de los Ríos: una biografía política, que ha sido reeditado hace pocos años, y ahora Octavio Ruiz-Manjón ofrece una nueva biografía, Fernando de los Ríos: un intelectual en el PSOE, basada en una amplísima documentación. En realidad no se trata de una biografía política ni de un estudio de su pensamiento sino de un acercamiento a la personalidad y a la trayectoria vital del biografiado, apoyado en su correspondencia privada, sobre todo la dirigida a su mujer, a la que estuvo siempre muy unido. A pesar de la advertencia de Unamuno sobre la dificultad del empeño, "el hombre que llegase a comprender a otro sabría toda la historia que hay que saber", al concluir el libro de Ruiz-Manjón el lector tiene la impresión de haber entendido a un hombre muy representativo de lo que fue la historia de España en el primer tercio del siglo XX.

Octavio Ruiz-Manjón no hace apenas juicios de valor, pero en su libro se traslucen las contradicciones de su personaje. Representaba un estilo nuevo en el socialismo español, más culto, más liberal, como lo reflejaron unos versos atribuidos a Federico García Lorca: "Viva don Fernando, barbas de santo, padre del socialismo de guante blanco". Tras un viaje a la Rusia soviética, realizado en el año 1920, jugó un papel decisivo para evitar que su partido se incorporara a la Internacional Comunista. Luego, frente a las tendencias acomodaticias de otros socialistas, se opuso a la pérdida de libertad que implicaba la dictadura de Primo de Rivera y, en el año 1926, publicó un libro en que defendía un sentido humanista del socialismo. La crispación de los años treinta le llevó, sin embargo, a dudar del valor de la libertad y en 1933 le comentó en privado a Manuel Azaña que la República tendría que pasar por una etapa de dictadura. Pero cuando su partido adoptó la línea insurreccional que condujo a la revolución de octubre del 34, sufrió una crisis de conciencia, que Azaña también percibió y anotó en su diario. Más tarde, en el exilio, parece haber vuelto a la concepción humanista del socialismo, lo que le llevó a lamentar la trayectoria de su partido en los últimos años. En los amargos días de 1942 escribió a un amigo que aquel PSOE al que la España liberal y socialista debería recordar siempre con orgullo había dejado de existir, como resultado de "la inundación de sus cuadros y la rebeldía de sus Juventudes".

Como embajador en Washington en los años de la guerra civil, sirvió a la República con una propaganda que, en aquellas circunstancias, sólo podía ser engañosa. él era un hombre de gran sensibilidad espiritual, tan ajeno a la ortodoxia católica como respetuoso hacia todas las formas de religiosidad, como se refleja en una magnífica carta de su esposa Gloria que reproduce Ruiz-Manjón, pero se sintió obligado a negar la evidencia de la persecución religiosa que durante la guerra se produjo en el territorio republicano, provocando una dura réplica del arzobispo de Baltimore. En tiempos de guerra creía necesario sacrificar la verdad, aunque se consolara con la reflexión de que el silencio ante las equivocaciones, los excesos y las injusticias, aun sin aprobarlas, constituía una manera de servir a "la necesidad histórica de la transformación española". Las revoluciones tenían siempre su lado negativo, pero ello no debía llevar a condenarlas.