España en primer plano. Ocho años de política exterior
Alejandro Muñoz-Alonso
1 noviembre, 2007 01:00Aznar junto a george Bush. Foto: Kevin Lamarque
Muñoz-Alonso analiza la "visión aznariana de la política exterior" y cómo el ex presidente pretendió que España volviera a jugar un papel importante en el concierto internacional
El punto de partida para comprender esta historia se encuentra resumido de manera brillante en las diez páginas que Muñoz-Alonso dedica a la "visión aznariana de la política exterior". Aznar pretendía que España volviera a jugar un papel importante en el concierto internacional y para ello no era necesario sólo estar en la OTAN y en la Unión Europea, los dos foros internacionales fundamentales para nuestro país, sino participar en la toma de decisiones. Además, Aznar era y es un atlantista convencido, es decir que considera crucial la colaboración entre Europa y Estados Unidos. De ahí su enérgica defensa de los intereses españoles en Europa, su empeño en cumplir los criterios de convergencia económica para formar parte desde el primer momento de la zona euro, su búsqueda de una "especial relación" con los Estados Unidos, su voluntad de jugar la baza geoestratégica de España que representa su cercanía al mundo árabe y la baza "geocultural" que representa su cercanía al mundo latinoamericano.
El momento cumbre de la gestión internacional de Aznar llegó con su protagonismo en la gestación de "la carta de los ocho" de enero de 2003, con la que se puso en evidencia que la pretensión de Chirac y Schrüder de hablar en nombre de Europa respecto a la cuestión iraquí era injustificada, pues la mayoría de los gobiernos europeos sintonizaban más con el punto de vista de Washington. La infausta guerra de Iraq se convertiría, sin embargo, en una poderosa arma de la oposición contra Aznar. Muñoz-Alonso no elude el tema, sino que le dedica todo un extenso capítulo muy bien argumentado. Recuerda el convencimiento generalizado de que Sadam Husein poseía en realidad armas de destrucción masiva; reprocha a Chirac y Schrüder haber dividido a Occidente y reducido así la presión sobre el dictador iraquí; acusa de demagogia a la izquierda española por su campaña contra la guerra, y recuerda que la presencia de tropas internacionales en Iraq fue legitimada, tras la invasión, por tres resoluciones del Consejo de Seguridad. Pero menciona también que, según ha reconocido el entonces secretario adjunto de defensa Paul Wolfowitz, ni las consideraciones acerca de las armas de destrucción masiva ni la lucha contra el terrorismo fueron las razones más relevantes para que Estados Unidos optara por la intervención militar (pág. 54). Apunta, por último, una conversación con un embajador árabe, quien le ofreció una explicación de porqué Sadam Husein no colaboró con los inspectores de la ONU para demostrar que no poseía ya armas de destrucción masiva. Sencillamente, porque reconocerlo habría supuesto una pérdida de prestigio e influencia. Quizá esa fue la clave de la tragedia.