Image: El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos

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Ensayo

El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos

John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt

15 noviembre, 2007 01:00

John J. Maersheimer, profesor en la Universidad de Chicago

Traducción: Norberto Espinosa. Taurus, 2007. 607 pp. 22 e.

En pocos temas hay tanto contraste entre la opinión pública estadounidense y la española como en el de Israel. En España hay quienes llegan al extremo de poner en cuestión su derecho a existir, mientras que en Estados Unidos es casi unánime el apoyo incondicional al Estado judío. De ahí el revuelo que en marzo del año 2006 provocaron los profesores John J. Mearsheimer (Brooklyn, Nueva York, 1947), de la universidad de Chicago, y Stephen M. Walt (1955), de la universidad de Harvard, al publicar un artículo, ahora convertido en libro, que cuestionaba ese consenso.

Digamos de entrada que su posición no es contraria a Israel. Ambos profesores sostienen que Washington debe defender a Israel si éste se ve amenazado y admiten que las actividades del lobby israelí de los Estados Unidos no representan ningún tipo de conspiración, pero afirman que la extraordinaria influencia alcanzada por este lobby ha conducido a que Estados Unidos siga en Oriente Medio unas políticas que no sólo se corresponden con sus intereses nacionales sino que incluso pueden resultar perjudiciales para la seguridad del propio Israel. Esta tesis resulta razonable y sus autores la argumentan con gran riqueza de datos, pero en mi opinión van demasiado lejos cuando atribuyen al lobby israelí una influencia casi decisiva en la infausta decisión de invadir Iraq en 2003. Una decisión que, según las encuestas, los judíos americanos apoyaron en menor medida que el conjunto de sus compatriotas, porque a diferencia de las poderosas organizaciones judías que integran el lobby, alineadas en posiciones duras en política exterior, la mayoría de ellos siguen fieles a su tradicional liberalismo.

En vísperas de la guerra de Iraq, los dirigentes israelíes se mostraron favorables a la caída del dictador Sadam Husein, pero hubo también destacadas advertencias israelíes en el sentido de que era Irán y no Iraq el enemigo realmente peligroso. En todo caso, no se puede sostener que las opiniones israelíes resultaran decisivas, así es que la argumentación de John Mearsheimer y Stephen Walt se apoya en la suposición de que los políticos e intelectuales neoconservadores, los Wolfowitz, Perle, Libby y demás, que sí jugaron un papel decisivo en los orígenes de la guerra, representan un componente del lobby israelí. En mi opinión esto es una verdadera falacia. Aunque algunos de las figuras más destacadas del neoconservadurismo son judías y aunque el movimiento en su conjunto es un decidido defensor del apoyo a Israel, no creo que se pueda sostener que los neoconservadores impulsaran la intervención en Iraq para favorecer los intereses estratégicos del Estado judío.

Lo hicieron por sus convicciones acerca de la política exterior más conveniente para los Estados Unidos y por tanto resulta abusivo convertir el papel sin duda crucial que jugaron en una manifestación del poder que tiene el lobby israelí. Por otra parte, Mearsheimer y Walt ofrecen una sugerencia interesante acerca de los orígenes de la intervención: Estados Unidos era poderoso, confiaba en su capacidad militar y, tras el 11-S, estaba muy preocupado por su seguridad, una combinación harto peligrosa.

En conjunto, estamos ante un libro que vale la pena leer. Su análisis del lobby israelí es muy revelador de cómo opera uno de los grupos de interés más eficaces de Estados Unidos; su crítica del tópico acerca de la supuesta influencia de los intereses petroleros en la política exterior americana es magistral (páginas 237-244); y su explicación de cuáles son los verdaderos intereses estratégicos de Estados Unidos en el Medio Oriente es muy sensata. En cuanto a la cuidada edición española sólo cabe reprocharle que haya omitido las notas del libro original, obligando al lector a consultarlas en internet.