Aquiles en el gineceo (O aprender a ser mortal)
Javier Gomá
29 noviembre, 2007 01:00Aquiles descubierto por Ulises, de Rubens
Este libro se inicia del mejor modo: mediante una interpretación de un cuadro de Rubens, en colaboración con Van Dyck, titulado Aquiles descubierto por Ulises. El cuadro es de difícil comprensión si no viene acompañada de una explicación como la que Javier Gomá nos proporciona. Exige remontar fuentes no homéricas que hablan del antecedente (y del consecuente) del Aquiles de La Iliada.Aquiles fue escondido entre mujeres con el fin de que no cumpliera el trágico oráculo que pesaba sobre él. Podría alcanzar la gloria entre los humanos a través de hechos bélicos, pero su vida sería breve. O bien podría prolongar la vida muriendo viejo, pero sin gloria imperecedera. Este arranque le sirve a Gomá para aproximarse al compromiso ético-cívico que pudo conducir al héroe helénico a participar en la guerra troyana (que -según otro oráculo- sólo se saldaría en victoria griega con su participación). De ahí la presencia de Ulises, en el cuadro de Rubens-Van Dyck, en el gineceo, despertando en Aquiles -aún con atavíos femeninos- la virtud de la valentía: se le representa empuñando un arma.
Con este brillante comienzo se interna Gomá en una reflexión sobre lo que Kierkegaard llama el "estadio ético", que a diferencia del estético y del religioso no posee, en la reflexión del escritor danés, un personaje representativo. Don Giovanni de Mozart caracteriza según ese escritor el "estadio estético". El Abraham bíblico -con su inquebrantable fe quia absurdum- es el exponente mejor del "estadio religioso". Gomá propone, quizás, ese Aquiles (que prefiere la gloria cívica y el compromiso con la Hélade a una vida larga y tranquila) como posible personaje que podría encarnar el "estadio ético". El tema del libro es el aprendizaje de la muerte -y de la condición mortal- como condición de existencia cívica. En esa reflexión se cruza con Kierkegaard, con Hegel; también con Heidegger. éste cree que el ser-para-la-muerte promueve en el existente un desarraigo respecto a la vida pública: la publicidad de término medio; la vida cotidiana. Frente a ese plan- teamiento, Gomá es partidario de la idea aristotélica de que el ser -entendido como existencia y existente- es siempre ser-en-la-ciudad. La condición mortal es propia de un ser, el humano, que se caracteriza, en su más nuclear estructura y naturaleza, por su condición cívico-política.
He adivinado un trasfondo en el libro que me remite al mejor Hegel, al del capítulo Moralidad de la Fenomenología del espíritu. En cierto modo todo el libro es un alegato frente al Alma Bella. Gomá concibe ésta como esa forma -propia de una adolescencia que se prolonga más allá de sus propios límites- del ser y creerse inmortal. Como si en este esteticismo adolescente la muerte no hubiese sido todavía descubierta y asumida. Como si el entorno de protección familiar, que es prolongación de la vida intrauterina, tuviese fuerza mágica capaz de preservar al adolescente de la condición mortal.
La helada ráfaga de la muerte atraviesa la existencia al tiempo mismo en que va madurando una segunda vida, tras el encierro en el útero, o después de la reconstrucción de éste en la infancia y en la adolescencia, antes de abandonarse el hogar por los imperativos del deber cívico. Esa segunda vida nace, ya en las antiguas sociedades, a través de ritos de aprendizaje y de pasaje: tremendas pruebas y proezas que permiten el salto (en sentido kierkegaardiano) hacia la vida marital, o a la capacitación sexual, a la fundación de una familia; y a las responsabilidades cívicas, laborales o guerreras. Estos ritos constituyen la arqueología salvaje y bárbara de lo que en plena ilustración y modernidad llamamos, en términos de reflejo de la vida en la literatura, desde Rousseau y Goethe hasta Thomas Mann, Bildungsroman, novela educativa (o formativa). En cierto modo todo el libro es una reflexión sobre la Bildungsroman como principio ordenador de las edades de la vida.
También los estadios kierkegaardianos responderían a una tripartición espontánea de éstas. Podrían comprenderse como estaciones de una Bildungsroman paradigmática. El "estadio estético" sería propio de una adolescencia que se prolonga monstruosamente en la juventud, como en el Don Giovanni de Mozart. Pero en cierto modo sería un modo de ser y vivir que responde a los "estadios eróticos inmediatos", para decirlo en términos del pensador y escritor danés. El "estadio ético" sería aquél en el que el sujeto aprende a ser y sentirse mortal en el cumplimiento de los deberes cívicos. Queda, eso sí, el "tercer estadio", el religioso, quizás propio y específico del Spätestil de todos los seres humanos con voluntad de verdad. De él no se ocupa Javier Gomá. Restringe su buen hacer ensayístico y filosófico a los dos primeros.