Image: Rojos. La representación del enemigo en la Guerra Civil

Image: Rojos. La representación del enemigo en la Guerra Civil

Ensayo

Rojos. La representación del enemigo en la Guerra Civil

Francisco Sevillano

13 diciembre, 2007 01:00

Un miliciano a "sus tareas", en un dibujo de Kim

Alianza Editorial. Madrid, 2007. 184 páginas, 17 euros

El lenguaje, dice el filólogo alemán Victor Klemperer a propósito del Tercer Reich, "no sólo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones". Francisco Sevillano aplica la reflexión al caso español, concretamente al universo propagandístico del franquismo. Unos conceptos específicos, repetidos y enfatizados, constituyen la base del discurso, convertido en difusión doctrinal. La palabra deja de tener significado autónomo para funcionar de modo diferente, incluso opuesto, en un contexto previamente establecido. Los ciudadanos de la España actual saben por experiencia que no son éstas cuestiones menores, dado el uso torticero del lenguaje que realizan los nacionalismos secesionistas en general y el entorno terrorista en particular ("tregua", "conflicto", "paz", "derecho a decidir", etc.). En el caso que nos ocupa, partimos de la naturaleza multiforme de la violencia, resultado de la "brutalización" política, la "barbarización" de la propia guerra y la "banalización" de la crueldad. La violencia no fue simple instrumento de imposición sino que devino fin en sí misma; al generalizarse, puede decirse que presentaba el cariz de inutilidad o gratuidad pero, por otra parte, fue la base para una "cultura de guerra"destinada a establecer una imagen persistente de los que lucharon en el bando contrario. Con esas pautas se codifica un discurso y se construye un sistema perceptivo basado en estereotipos: los vencidos en la guerra civil son los "rojos", el "enemigo absoluto", la encarnación del mal. Se trata de una distinción categórica, expresada en forma de imágenes culturales, que se manifiesta en la "estigmatización" del "otro", el ajeno a la identidad católica y española.

No basta, obviamente, equiparar al adversario con el mal en abstracto. Para la eficacia propagandística es primordial la concreción, y a este fin sirve la enumeración exhaustiva de los horrores cometidos por el enemigo. Los crímenes marxistas, siempre según la representación del bando opuesto, tienen como escenario privilegiado la capital, un Madrid dominado por la barbarie roja: paseos, sacas, chekas, profanaciones, tribunales populares... Para la cosmovisión franquista no son meros excesos sino el resultado de una auténtica patología social, pues los milicianos -y las milicianas, a las que en un apartado se califica como "feas" de cuerpo y alma- son, como establecería más científicamente el psiquiatra Vallejo-Nágera, psicópatas y degenerados.

Con esta obra, Francisco Sevillano completa su interpretación de la violencia en la España nacional. En un libro anterior (Exterminio. El terror con Franco) estudiaba la eliminación física del contrario; en éste trata sólo de la violencia verbal y simbólica. Una imagen que sirvió, obviamente, para justificar la represión, pero también para ennoblecer a los vencedores que, en un acto de magnanimidad, aceptaron el destino de redimir a la anti-España.