Image: Historia de la fealdad

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Ensayo

Historia de la fealdad

Umberto Eco

7 febrero, 2008 01:00

Arcimboldo pintó la fealdad como pocos. Foto: Archivo

Traducción de María Pons. Lumen, 2007. 454 pp., 45 e.

Con setenta y seis años recién cumplidos Umberto Eco sigue deslumbrando con su lucidez, su coquetería y su ingente conocimiento. El año pasado entregó a sus miles de lectores esparcidos por todo el mundo Historia de la fealdad. En Italia se hizo cargo de la edición Bompiani, "su" editorial de siempre, y produjo un libro que por su cuidadosa edición y sus espléndidas ilustraciones era un bello "objeto". En España Lumen, editora de Historia de la belleza -texto gemelo del que nos ocupa- y de otras obras de Eco, ha realizado también un trabajo de calidad inusual.

Medievalista, filósofo, semiótico, crítico literario, novelista y, por encima de todo, una de las cabezas mejor amuebladas de Europa, Eco -supuestamente un acrónimo de ex caelis oblatus (un regalo del cielo)- saltó a la fama mundial con la publicación en 1980 de El nombre de la rosa, una novela con una apasionante combinación de misterio, análisis bíblico, sabiduría medieval y teoría literaria que fue llevada al cine con Sean Connery de protagonista. Convertido en estrella mediática, la recepción en España de su obra ha sido desigual, en parte debido a que su trabajo académico en la Universidad de Bolonia ha estado muy marcado por la semiótica. Bien es cierto que en mayo de 2000 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias.

Para entrar en Historia de la fealdad en necesario advertir al lector que está ante una derivada, soberbia eso sí, de Historia de la belleza. Las dos ideas básicas que cruzan ambos libros las encontramos ya en Obra abierta (1962) y en Apocalipticos e integrados (1964). Por un lado, considerar que toda expresión artística y sus consecuentes manifestaciones culturales, sean las que sean, deben entenderse en un marco histórico; y en segundo lugar, pensar que es necesario un método de análisis único, basado en la teoría semiótica, que permita interpretar cualquier fenómeno cultural como un acto de comunicación regido por códigos. Aunque Eco coincide en tiempo y espacio con la tremenda presión que en las universidades europeas supuso el estructuralismo de Lévi-Strauss, Roman Jacobson y Ferdinand de Saussure, no sucumbió a la tesis según la cual el significado es un producto de la estructura. Vió con acierto que el lector interpreta un texto desde marcos de significado en los que la intencionalidad del sujeto no puede ser obviada.

Historia de la fealdad se articula en quince capítulos que recorren la historia occidental desde la civilización griega. Dicho recorrido histórico se sujeta a la variada tipología de la fealdad. Un mundo de horrores queda fijado a lo largo del texto como si fueran insectos clavados en una vieja pared. Prodigios y monstruos, el infierno y las metamorfosis del diablo se entrecruzan con el triunfo de la muerte, la caricatura, el satanismo, lo siniestro y la fealdad industrial para acabar en la fealdad del mundo actual vista a través de lo kitsch, lo camp, el punk y el piercing que tanto recuerda los cuadros de El Bosco. Esta vibrante historia de horror y desprecio por lo feo está enriquecida por el lujoso tratamiento de las numerosas ilustraciones tomadas de la historia del arte y por la selección de textos de los autores más significados en el tratamiento de la fealdad.

Si en Historia de la belleza los textos de Umberto Eco se entreveraban con los de Girolamo de Michele, en esta entrega la autoría está compartida con un grupo de personas puesto a su disposición por Bompiani. De este modo, el texto propiamente dicho de Eco se reduce a las entradas de los distintos capítulos que, como hemos señalado, se complementan con las ilustraciones y los textos escogidos. Con todo ello, se conforma la tesis central del volumen: que la fealdad se construye atendiendo no ya a criterios estéticos sino a consideraciones políticas y sociales enmarcadas en momentos históricos concretos. En este sentido, Eco afirma que la relación entre lo normal y lo monstruoso puede invertirse en función del espectador.