La democracia posible
Ronald Dworkin
20 marzo, 2008 01:00Hollerspriser
"Discrepamos, ferozmente sobre casi todo. Discrepamos sobre el terror y la seguridad, sobre la justicia social, sobre la religión en la política, sobre quién es apto para ser juez y sobre qué es la democracia. Estos desacuerdos no transcurren de manera civilizada, ya que no existe respeto recíproco entre las partes". Parecería que Ronald Dworkin se refiriera a España, pero no es así: en su pequeño gran libro La democracia posible el jurista estadounidense analiza el deterioro del debate político en su propio país, aunque sus conclusiones son válidas también para otras democracias, incluida la nuestra.Dworkin no acepta el lugar común de que los americanos estén divididos en dos culturas enfrentadas, la roja de los conservadores y la azul de los liberales (no me he confundido: el rojo es el color del Partido Republicano y el azul el del Partido Demócrata, lo que demuestra que, al menos en esto, las diferencias entre derechas e izquierdas no son universales). Si hubiera en realidad dos culturas incompatibles, no habría posibilidad de un debate político constructivo, pero no es así. La gran mayoría de los estadounidense, sean liberales o conservadores, muy religiosos o ateos, comparten los valores democráticos consagrados en la Constitución. Dworkin afirma que, en el plano ético, el valor común fundamental es el de la dignidad humana, que se traduce en dos principios: el principio del valor intrín-
seco de todas las vidas humanas y el principio de la responsabilidad personal en la realización de ese valor intrínseco. Afirmar que todas las vidas son potencialmente valiosas y que cada uno es el principal responsable de realizar esa potencialidad respecto a su propia vida constituye una excelente fórmula para explicar los principios de igualdad y libertad, en los que se asienta la democracia. Y sobre esa base propone Dworkin que se desarrolle el debate político, de manera que cada parte se esfuerce en argumentar por qué sus soluciones son las más adecuadas para llevar a la práctica esos principios democráticos fundamentales.
A partir de ahí Dworkin aborda diversos problemas desde la perspectiva liberal (liberal en el sentido estadounidense, con acento en la i, aquí diríamos progresista). Aspira con ello a hacer una presentación más sólida del programa liberal, pero no excluye que, a partir de los principios comunes enunciados, los conservadores puedan llegar a conclusiones distintas. Su tesis principal es que si liberales y conservadores debaten con referencia a esos principios comunes, será mucho más fácil llegar a un debate constructivo. En concreto analiza tres temas muy polémicos, el de los límites que el respeto a los derechos humanos impone en la lucha contra el terrorismo, el del papel de la religión en la vida política y el del fundamento ético de los impuestos, para concluir con un análisis de la propia democracia americana. En mi opinión resulta particularmente interesante su capítulo sobre religión y dignidad, en el que se ocupa de temas como el matrimonio homosexual, el aborto, o la enseñanza en las escuelas de la teoría del "diseño inteligente", como alternativa a la teoría de la evolución. Y también resulta brillante su discusión, en el último capítulo, de los méritos de la concepción asociativa de la democracia frente a la puramente mayoritaria. La democracia no consiste sólo en el sufragio universal, sino en que se respete la dignidad de todos. En resumen estamos ante un libro muy esclarecedor, al que sólo perjudica que la exposición sea algo reiterativa. La traducción es excelente.