Image: El malestar de la democracia

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Ensayo

El malestar de la democracia

Víctor Pérez Díaz

19 junio, 2008 02:00

Crítica. Barcelona, 2008. 253 páginas, 19’50 euros

¿Está en crisis la democracia? ¿Estamos entrando en una era postdemocrática? Con buen sentido, Víctor Pérez Díaz se muestra escéptico hacia esa tendencia a ver un cambio de era en cualquier novedad y una crisis profunda en cualquier dificultad. En cierto sentido, nuestro universo moral sigue siendo el del ciclo histórico que comenzó hace dos milenios y medio, en la que Jaspers denominó era axial, cuando los filósofos griegos, los profetas de Israel, los monjes budistas y los pensadores confucianos abrieron, ellos sí, una etapa nueva en la historia del pensamiento humano. En cuanto a la democracia, podemos admitir que está en crisis, pero con la advertencia de que el estado de crisis le es consustancial. La democracia liberal es un sistema frágil, pero manifiesta una flexibilidad que a lo largo del siglo XX le permitió sobrevivir a todos los embates. Ella también nació en la era axial y para comprender sus problemas actuales no está de más recordar el diagnóstico que de sus dificultades en la Grecia clásica hicieron Platón y Aristóteles, tema al que Pérez Díaz dedica un capítulo.

El malestar de la democracia no es sin embargo un estudio sobre la historia del pensamiento político, sino una reflexión sobre la política del siglo XXI. En sus páginas se revisan las dificultades de Estados Unidos, la problemática construcción de la Unión Europea, la indecisión de Francia frente al reto de la globalización, o la tendencia a la fragmentación que se percibe en España. La cuestión de fondo que examina es la de la aparición de formas mixtas de democracia y oligarquía que tiende a producirse hoy lo mismo que en la polis griega. El peligro que denuncia es el de la formación de "triarquías oligárquicas", con un triple componente político, económico y cultural, que impongan su dominio y desnaturalicen la democracia liberal sin negarla. En términos platónicos, la timocracia de los políticos ambiciosos se combina con la plutocracia de los grandes empresarios y con el poder de los nuevos sofistas, es decir los amos de los medios de comunicación.

Sobre este fondo presenta Pérez Díaz un interesante análisis de la división en derechas e izquierdas. No niega que los enfrentamientos entre ambas corrientes en las que se suelen escindir las democracias modernas respondan a diferencias económicas, sociales, políticas y culturales, pero subraya sobre todo su contenido emocional, que juega un papel de primera magnitud. Dada la ambivalencia en la actitud de los ciudadanos hacia la clase política, se corre el riesgo de una alternancia entre cesarismo y populismo, entre amor al líder carismático y rechazo al conjunto de los políticos. La división de izquierda y derecha permite en cambio proyectar los sentimientos positivos hacia un segmento de la clase política y los negativos hacia el otro. De ahí que la acción política derive hacia un esfuerzo de movilizar esos sentimientos de amor y odio, convenientemente dirigidos hacia partidos contrapuestos. Con todo, conviene que ese enfrentamiento no derive hacia la incivilidad. El ejemplo máximo de esa incivilidad se dio en Europa durante la "guerra de los treinta años del siglo XX", es decir la intermitente y parcial guerra civil europea que se prolongó desde 1914 hasta 1945 y que en España se convirtió en una guerra civil en sentido estricto, de 1936 a 1939. Para evitarlo es necesario un cierto grado de consenso básico, que impone un acercamiento parcial entre los programas de los grandes partidos. En España, recuerda Pérez Díaz, el gran éxito de los socialistas se explica por su habilidad para preservar su identidad de izquierda al tiempo que transformaban su programa, desde la socialización de los medios de producción hasta la protección de la propiedad privada. El dilema del Partido Popular es el de preservar su identidad sin alejarse del centro.