Un hombre solo
Julián Lago
26 junio, 2008 02:00Julián Lago. Foto: Antonio M. Soubanova
Cuando una autobiografía se transforma en confesión, el lector siente una emoción que le acompaña hasta la última página. Desde San Agustín o Rousseau conocemos bien la impresión que causa la desnudez pública. Salvando las distancias, lo cierto es que este texto de Julián Lago vuelca, en un alarde de herido narcisismo, las reglas habituales del género memorialista y enhebra un apasionado relato en torno a su peripecia vital.Nacido en Valladolid en 1947, comienza su andadura profesional en El Norte de Castilla durante seis años hasta que Antonio Asensio, patrón del Grupo Zeta, le ofrece un sustancioso contrato. En su papel de periodista político vive en directo los espectaculares años de la primera Transición. Tiempos que estas páginas retratan con una mezcla de personajes en los que la ambición, el dinero, el sexo y la cara dura eran santo y seña para una sociedad que se recomponía a toda velocidad.
Editor político en Interviú, subdirector de El Periódico de Cataluña, Lago se encuentra en el Congreso de los Diputados el 23-F. En el berenjenal organizado por la chapuza de Tejero escurre el bulto con los primeros en salir. Esa facilidad para el deslizamiento la presencia el lector en el relato de las numerosas y bellas mujeres que pueblan su vida. En 1981 funda y dirige Tiempo, y gracias a su talento natural para las relaciones humanas -empleadas a fondo con la Casa Real- consigue una exclusiva explosiva al entrevistar a la Reina. A finales de los años ochenta el lector contempla a un Julián Lago capaz de casi todo. Desde el vértice del Grupo Zeta funda y dirige la revista Tribuna de Actualidad y colabora en distintas tertulias radiofónicas. En 1993 entra en Telecinco como timonel de un programa que causa gran sensación: La máquina de la verdad. Tras pasar por varios programas y colaborar con Canal 7 de José Frade y con Vía Digital, llega a Canal 9. Hasta 2006 es columnista habitual del diario La Razón, y desde octubre de ese mismo año dirige Tribuna de Salamanca. Casi un año después abandona el periódico alegando una frágil salud -las malas lenguas dicen que el periódico había perdido ventas- y el 14 de abril de 2008 finaliza la escritura del presente volumen.
Escrita como un rosario de vívidas escenas que no siguen un estricto hilo temporal, la autobiografía de Lago, rememorada desde la bañera de su casa de Valencia, es tan variada como irritante. Quizá por eso recurre a un truco literario muy efectivo. Se transforma en un personaje -se llama a sí mismo el payaso- de su propio relato. Desde ese papel de payaso derrotado por su propio proyecto vital, sus feroces críticas a casi todos los que entraron en su vida afectiva o profesional se hace más digerible al lector. Con todo, es evidente que Julián Lago no va a hacer amigos con este su tercer libro publicado.