La ilusión republicana. Ideales y mitos
María José Villaverde
31 julio, 2008 02:00El senado romano, cuna de la ilusión republicana. FOTO: Archivo.
En contra de lo que el título pudiera sugerir a algunos, no trata este libro del ámbito español, ni la "ilusión" se refiere al 14 de abril o a la Segunda República. Tampoco se habla de ese concepto en el sentido de esperanza o alegría, y ni siquiera se establece un marco nacional preciso para el estudio. Dicho en otras palabras y con toda la claridad posible, ésta no es una obra de historia sino de teoría política en sentido estricto. El adjetivo "republicana" hace referencia a res pública, el término clásico que designaba el espacio comunitario en los pensadores griegos (Aristóteles), latinos (Cicerón) y renacentistas (Maquiavelo); y el sustantivo "ilusión" se emplea, como tendremos que argumentar en las líneas que siguen, en una acepción no precisamente positiva que cae dentro de lo que la Real Academia Española llama "concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos". En esta ocasión, para ser exactos, el engaño no vendría de los sentidos, sino de la razón, pero el resultado al fin y al cabo sería el mismo, una percepción distorsionada de la realidad (política) que conduce a planteamientos espurios y, en el mejor de los casos, a propuestas ingenuas.¿Quiénes son los destinatarios de esta crítica? Básicamente los grandes nombres del republicanismo anglosajón tan en boga en la actualidad, desde Pettit a Viroli, de Pocock a Skinner, aunque también se alude a autores algo menos famosos, como MacIntyre, Taylor o Sandel. Son, reconozcámoslo de entrada, teóricos muy diversos entre sí, de manera que el primer escollo que nos encontramos es bosquejar el suelo común de todos estos profesores que suelen quedar engañosamente unificados con la etiqueta de "neorrepublicanos". Consciente de la dificultad, la autora se afana desde la introducción en señalar la matriz ideológica de esta tendencia que, en principio, tiene una doble vertiente: la animosidad contra el liberalismo y la denuncia de la "crisis de civilidad" de la sociedad actual. Pero éstos son elementos "anti" y, aun así, tienen una modulación distinta en cada escuela y casi en cada autor. Por tanto, Villaverde se impone, con muy buen criterio, un examen pormenorizado que parte de la concepción clásica (la polis), continúa por Roma y las ciudades italianas del Cinquecento y desemboca en Hobbes, Harrington y Rousseau, intentando siempre calibrar cómo examina esa tradición el nuevo republicanismo. La segunda parte del estudio se dedica ya al análisis concreto de las propuestas actuales, como las apelaciones "virtuosas", el "foro cívico", la "libertad negativa", la "no dominación" de Pettit o el "tercer concepto de libertad" de Skinner.
El balance es demoledor. Primero, siguiendo siempre a Villaverde, porque lo que hacen los nuevos teóricos no es más que una lectura sesgada de los clásicos, sin atender al contexto, llegándose incluso, en algunos casos, a una abierta manipulación. Por citar un ejemplo flagrante, las urbes renacentistas italianas que Pocock y compañía veneran como "faro y guía de nuestras democracias" eran unas sociedades aristocráticas basadas, como buena parte de la propia tradición republicana, en valores elitistas, intolerantes y belicosos, muy distintos a los ideales pacifistas, igualitarios y participativos a los que aspiramos hoy en día.
Peor aún es lo que pasa con el comunitarismo de raigambre aristotélica (MacIntyre) que termina por fomentar una visión dogmática, particularista y excluyente. Esta tendencia "coactiva" -la participación como obligación- está también presente en Skinner, propiciando una descarada conculcación de la libertad y autonomía individual. En su vertiente light, la alternativa republicana defiende las bondades de la "deliberación racional" como método de solución de conflictos, una directriz que habría que calificar como mínimo de ingenua, romántica y anacrónica.
En confrontación con este "adanismo", la autora se sitúa en una perspectiva de rechazo a una "verdad política única" y a una unívoca "noción de bien común", reconociendo que una sociedad compleja alberga diferencias e intereses "posiblemente irreconciliables". No hay necesariamente que lamentarlo, arguye, ni adoptar un voluntarismo que esconde en el fondo lo que Habermas llama una "deriva neoabsolutista". Para Villaverde, bajo su capa amable, el pensamiento republicano mantiene una fuerte desconfianza hacia el individuo y el ejercicio de la libertad y, por encima de todo, una "profunda intolerancia".
Aunque, como decía al principio, apenas hay referencias explícitas a España, el debate nos interesa, más allá del ámbito puramente doctrinal. No en vano, como se recuerda en la pág. 12, "el presidente Rodríguez Zapatero ha aplaudido con entusiasmo las propuestas de Philip Petit, uno de los más reputados neo-republicanos".