Sobre el olvidado siglo XX
Tony Judt
11 diciembre, 2008 01:00Particular interés tienen los dedicados a algunos intelectuales muy representativos de un siglo en el que, para bien y para mal, los intelectuales representaron un papel público de particular relevancia. Como crítico de libros Judt es contundente y sus juicios sirven de guía sobre aquello que es preciso leer, como la autobiografía de Arthur Koestler o las novelas de Albert Camus, y aquello de lo que se puede prescindir, como alguna reciente biografía de Koestler o de Levi o las obras completas de Althusser. Pero si bien es justo que Althusser caiga en el olvido, no se puede comprender la historia intelectual y política del siglo XX sin entender por qué tuvo tanto éxito en su momento. Judt lo explica, aunque recuerda que él mismo quedó decepcionado desde que oyó por primera vez una conferencia de Althusser en el París de los años 60. La cuestión más importante es la del atractivo intelectual y moral del marxismo, que Judt aborda en sus artículos sobre Koestler, Hobsbawm y Kolakowski. Este último es un filósofo católico polaco, marxista en sus años jóvenes, que se encontró con la incomprensión de los intelectuales progresistas occidentales cuando expulsado de su país por el régimen comunista recaló en Oxford en 1970. Su polémica con el historiador marxista británico E. P. Thompson fue memorable: nadie que lea la réplica de Kolakowski, sentencia Judt, volverá a tomar en serio a Thompson.
Muchos otros intelectuales se sintieron atraídos por el marxismo para luego decepcionarse y algunos de ellos, como Furet, Koestler, Semprún o Silone, escribieron algunas de las páginas más lúcidas sobre la vida intelectual y política del siglo XX. El marxismo, explica Judt, ejerció un extraordinario magnetismo por su ambición intelectual, por su entronque con la tradición progresista de la izquierda y por su mensaje ético subyacente. No se puede por tanto olvidar la historia del marxismo y tampoco debemos olvidar, insiste Judt, que si el Estado del bienestar acabó imponiéndose en Occidente tras la II Guerra Mundial fue porque se quería evitar que la inestabilidad económica y la desigualdad social volvieran a generar las tensiones que desgarraron a Europa en el terrible período de entreguerras. Al escribir estos artículos entre 1994 y 2006 Judt temía que esa lección se hubiera perdido en el ensueño del fin de la historia. Este 2008 hemos despertado de ese ensueño para redescubrir que la historia no ha terminado. De ella hay que aprender.