Image: El cuento de siempre acabar

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Ensayo

El cuento de siempre acabar

Medardo Fraile

23 octubre, 2009 02:00

Medardo Fraile. Foto: Carlos Miralles

Pre-Textos, 2009. 617 páginas, 28 euros.


Aunque ha tocado, y no sin fortuna, casi todos los géneros literarios, es en el cuento donde reside la gran aportación de Medardo Fraile (Madrid, 1925) a la literatura española. Y es el don de contar el que brilla en las mejores páginas de El cuento de siempre acabar, este recién publicado tomo de memorias. Abarcan desde su infancia, a caballo entre Madrid y úbeda, hasta su llegada a Southampton como lector de español en 1965. Son, por tanto, parciales; y el lector bien puede echar de menos lo que ha quedado por escribir, de lo que sólo se ofrece un apretado resumen en el "Cierre" que las culmina, y que se reduce a un rápido repaso de los hitos que han ido marcando la resurrección editorial y el reconocimiento alcanzados por el autor en su madurez. Aunque tampoco faltan en esta sección las pinceladas certeras para retratar a determinados personajes: a Ian Gibson, por ejemplo, con su andaluz impostado y su devoción "de labios para afuera" por Lorca, mientras que, a quien quisiera escucharlo, le decía que el mejor poeta del mundo era T. S. Eliot… También se perciben en este "Cierre" algunas ausencias: la de Alfonso Sastre, por ejemplo, amigo desde la adolescencia, y con respecto al cual Fraile hace constar no pocas reticencias literarias y personales, aunque sin entrar a juzgar la deriva ideológica del dramaturgo hacia las posiciones que sostiene hoy. Lo que llama la atención porque Fraile deja bien claro su escepticismo, y su no llamarse a engaño respecto a determinados cantos de sirena ideológicos.

Y es que en unas memorias, como en un buen relato breve, lo que se calla es tan importante como lo que se dice. Lo que no va en detrimento, en fin, del valor, en este caso muy elevado, de lo que se cuenta. A la vívida crónica que ofrece del Madrid sitiado durante la guerra habría que contraponer, como imagen de un paraído perdido, la úbeda anterior al conflicto, donde el autor tenía parientes y donde su familia mantenía una satisfactoria relación ancilar o clientelar con una hacendada local. Y aunque el autor evita las disquisiciones analíticas, y prefiere narrar, queda establecido un vín-
culo explicativo entre esta infancia con referentes sociales y políticos muy mezclados y la actitud de distanciamiento e independencia con la que luego se movió en un medio cultural progresivamente politizado.

Hay otras "novelas" más o menos implícitas en este fluido relato autobiográfico; pero quizá las más sugerentes sean las de todos esos personajes que el autor retrata en el cenit de sus ambiciones, y de los que cita incluso algunos frutos logrados, pero de los que apenas queda ya un levísimo rastro en los anales literarios. Personajes como el prolífico novelista Alejandro Núñez Alonso, u otras figuras que mantienen hoy su fama y vigencia, pero respecto a las cuales el juicio del autor tampoco coincide con la opinión más o menos generalizada; como, por ejemplo, cuando se muestra reticente respecto a El Jarama, la todavía hoy estudiada y leída novela de Sánchez Ferlosio.

La frescura y novedad que destilan estas páginas apuntan a que la verdadera historia literaria de esos años necesita una urgente revisión de sus tópicos más asentados. Y constatan, también, una premisa frecuentemente ignorada: la intensidad del esfuerzo literario en una época -el primer franquismo- difícil, y la esencial continuidad de la cultura española de posguerra respecto a la anterior. Dan la sensación de llenar un vacío que, quizá por haberse mantenido demasiado tiempo, es ahora fuente inagotable de hallazgos.