Ensayo

Recuerdos ligeros

Paul Léautaud

23 abril, 2010 02:00


No es de extrañar que el primer editor de este libro decidiera cambiarle el título por Le Petit Ami y presentarlo como una novela. Resultaría tranquilizador que lo fuera: podríamos achacar su furioso anticonvencionalismo y su atípico argumento a la inventiva caprichosa de su autor, y no a una sensibilidad exigente que desmonta un buen puñado de tópicos literarios y ofrece un retrato muy perturbador de la naturaleza de los afectos humanos. Prematuramente desengañado de los cantos de sirena de la gloria literaria, el joven Paul Léautaud (1872-1956) afirma que las cartas o las memorias "son los únicos géneros que cuentan", y enuncia su ideal de expresarse "con pequeñas frases, cortas y secas, como las explicaciones de un catálogo". Prepara así el camino a lo que será su obra magna, su Journal Littéraire, que le llevará toda su vida.

El autor es consciente de que estos Recuerdos ligeros no están todavía a la altura de ese ideal. Sería a un casi coetáneo suyo, Proust, a quien correspondería la gloria de derribar el imponente edificio de la vieja novela psicológica, y para ello recurriría a un procedimiento opuesto al de Léautaud: forzar la retórica y los recursos del narrador omnisciente decimonónico hasta casi desbordarlos. Y lo curioso, a la luz de este breve texto de Léautaud, es que ambos alcanzaran, por caminos tan opuestos, casi las mismas constataciones.

Porque, como Proust, Léautaud no duda en situar a su madre en el centro de su complejo universo erótico, y en construir alrededor de ese núcleo un vivo entramado humano en el que la obsesión sexual resulta el principal y casi único motor del comportamiento humano. Proust situará magistralmente su cuadro en las esferas de la alta burguesía y la aristocracia, mientras que Léautaud se conformará con el mundillo de las prostitutas de poca monta. Su madre, insinúa, fue también una mujer ligera, que lo abandonó en plena infancia, dejando en él una especie de desvalimiento erótico y afectivo que le llevará a frecuentar esos ambientes y convertirse en amigo de esta clase de mujeres; aunque, como Proust, se retratará a sí mismo como un hombre más bien retraído, que prefiere la frecuentación de la compañía femenina a la consumación del amor físico. En este marco, decíamos, situará el reencuentro con la madre, con la que iniciará una relación cínica y ambigua, en la que las expansiones materno-filiales alcanzarán una clara temperatura erótica.

Es una historia a su medida, en la que Léautaud encuentra la voz cínica y sincera que lo singularizará en el casi siempre muy comedido panteón de la literatura francesa. Genio y figura, casi medio siglo después resumiría su experiencias amorosas en un libro de aforismos que dedicó a su gato.