Conquista de lo inútil
Werner Herzog
16 julio, 2010 02:00Werner Herzog. Foto: Enric Salor
El director alemán Werner Herzog trabajó durante más de dos años en la preparación y filmación de Fitzcarraldo, la historia de un loco visionario que quiso llevar la ópera a un teatro en lo más perdido de la selva amazónica peruana, al tiempo que obtenía financiación para su empeño en la explotación del caucho. Ingrediente esencial de su descabellado objetivo fue el traslado por tierra de un barco de vapor, que debía subir y bajar una montaña entre dos ríos. Herzog dice que, como un perro que pretende arrastrar un ciervo muerto, el impulso descomunal de hacer aquella película nació, contra todo cálculo y razón, de esa "visión": "la imagen de un enorme barco de vapor en una montaña". Así confiesa Herzog lo obvio, su identificación con la desmesura de Fitzcarraldo, de modo que la extenuante y casi suicida peripecia de rodar Fitzcarraldo no es sino el fruto de una visión irresistible que debe ser materializada, lo que indica la simbiosis, en juego de espejos, entre el director y su personaje. Filmando a Fitzcarraldo, Herzog se retrató a sí mismo.
Pero dejemos la película -tan sobresaliente como imperfecta- de la misma manera que Herzog la orilla en su libro, bien entendido que esa marginación de los detalles concretos de la filmación -apuntados levemente a lo largo de las páginas- termina siendo una paráfrasis de la película misma. Durante 24 años, Herzog no quiso ni pudo volver a su diario, escrito, con letra microscópica y poco descifrable, entre el 16 de junio de 1979 y el 4 de noviembre de 1981. Felizmente, el director de Aguirre la cólera de Dios (1972) y Nosferatu (1979) -siempre personajes anómalos y excepcionales- ha querido y podido volver a su texto. Lo que encontramos es una pulsión literaria de primera magnitud para expresar la utopía del esfuerzo sobrehumano en circunstancias hostiles, la titánica lucha de un hombre para vadear y remontar las aguas más tumultuosas y desbocadas, la aventura de sobrevivir en el infierno de la selva, de la miseria, de la convivencia en un entorno tan brutal como fascinante.
Lo que Herzog cuenta en Conquista de lo inútil aterra y seduce a partes iguales. Lo de menos son sus comentarios -desde el límite- sobre figuras como Mick Jagger o Jason Robards -que abandonaron el rodaje, desquiciados y enfermos - o su enfrentamiento con el enloquecido y violento protagonista de la película, el actor Klaus Kinski, su caricaturesco alter ego.
Herzog se sumerge y nos sumerge en la selva, en el silencio y el grito, en la calma inquietante y en la tempestad demoledora, en la muerte acechante, en la amenaza constante, en la humedad y en la sequedad, en la efervescencia y la carencia, en la corrupción y el despropósito de hombres y mujeres -y en su sufrimiento y desolación- empujados hacia la tragedia, en la enfermedad, en la pelea por salir adelante individualmente y por llevar hasta su desenlace no sólo una aventura inusitada, sino la misma aventura de sobrevivir cada día en un ensordecedor cerco de insectos, víboras, fieras, ratas, riadas, tormentas, calor abrasivo, supersticiones, demonios y psicopatías. Aunque se repite, aunque a veces se adentra en disquisiciones prescindibles, Conquista de lo inútil es una gran pieza literaria: conquistar lo inútil. ¿Qué, si no?