España, año cero. La construcción simbólica del franquismo
Zira Box
30 julio, 2010 02:00Franco en el desfile de la victoria en Madrid en 1939. Foto: Archivo
Zira Box, una joven autora formada en esta cosmovisión en uno de los ámbitos académicos más activos en ese sentido -la Facultad de Políticas de la Complutense- nos ofrece en esta obra (reelaboración de su tesis doctoral) un acercamiento al primer Franquismo en el trance de "conformar su legitimidad" mediante la configuración de un complejo "entramado simbólico". Se entiende por tal un variopinto conjunto de elementos, que incluye, en sus propias palabras "ceremonias y ritos, fiestas y celebraciones, [...] martirios y epopeyas, símbolos y emblemas" (p. 19). El nuevo régimen procura asentarse no sólo sobre la represión sino difundiendo su particular "visión del mundo coherente y sistematizada".
Tenía para ello que vencer no sólo la presumible resistencia de una parte de la sociedad española sino un obstáculo que anidaba en su propio seno: la heterogénea composición del bloque vencedor, con monárquicos (alfonsinos y carlistas), conservadores y tradicionalistas de distinta adscripción, eclesiásticos, militares y falangistas, que rivalizaban entre sí por impregnar de su ideología, sus valores y sus objetivos la España del futuro. Box hace hincapié en esa diversidad, lo que le permite seguir a cada sector en su propuesta autónoma -doctrina, retórica, proclamas, insignias- y apuntar las convergencias, discrepancias, rivalidades y contradicciones que se mantienen bajo el indiscutido caudillaje del Generalísimo.
La marcha de los acontecimientos internacionales, sobre todo la derrota nazi, y el propio pragmatismo del Régimen llevaron a la resolución de los conflictos internos por la vía más segura para la supervivencia en un entorno hostil, de manera que el componente tradicional se impuso al anhelo revolucionario, del mismo modo que la aureola católica lo hizo sobre la tentación fascista. En otras palabras, la Iglesia y el sector nacionalcatólico ganaron la batalla al aventurerismo falangista. La aportación más estimable de esta obra es que esa batalla, ampliamente conocida, se proyecta y estudia en la estructura simbólica que se va urdiendo a partir de la "mitificación de la guerra" y la sublimación de "la Victoria" (capítulo I); los capítulos siguientes abordan el culto a los "mártires y caídos" -con el protagonismo de José Antonio como el mártir por antonomasia-, la instauración de un calendario festivo que buscaba propalar los valores religiosos y políticos del régimen y la consolidación de los signos más visibles del nuevo Estado, la bandera, el escudo y el himno. Era un "denso magma de imágenes y símbolos" que llegó hasta el último rincón de la vida cotidiana, de los sellos al cine.