Keith Richards. Vida
Keith Richards. Traducción de Helena Álvarez
24 diciembre, 2010 01:00Keith Richards. Foto: DPA
La autobiografía del guitarrista de los Rolling Stones Keith Richards es un relato demoledor y conmovedor que resalta aspectos extremos de la personalidad del músico, invita a escuchar sus canciones y obliga a admirar su metabolismo: se titula Vida, pero muy bien podría haberse titulado Sobrevivir a la vida. El común de los lectores puede tener la sensación de que sólo aquellos que hayan maltratado su cuerpo con saña durante décadas (bebiendo, fumando, esnifando, chutándose...), y vivan para contarlo, podrán entender el libro en toda su grandeza: son las confesiones de un artista que, además de crear un estilo propio y tocar algunos de los mejores riffs de la historia del rock, alardea de haberse convertido en un superviviente. Uno de esos individuos indestructibles que, como Ernest Shackleton o H.M. Stanley, fueron fabricados con una pasta especial y supieron esquivar la furia de los elementos. En el caso de Richards se trata de tres elementos concretos, sexo, drogas y rock and roll, a los que sigue tratando con la dulzura y comprensión de un viejo amante.Vida podría haber sido escrito con ánimo de desautorizar las múltiples biografías no autorizadas de Richards, en las que, como sucede con la firmada por Victor Bockris, la decadencia narcótica del músico de Dartford se muestra en todo su esplendor. No es así. En este definitivo autorretrato el protagonista no sólo detalla con minuciosidad la leyenda, sino que trata de cerrar el círculo alrededor del mito. Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Sid Vicious, Kurt Cobain… "¡Seguid esperándome!", parece gritar un Richards que acaba de cumplir 67 años y tiene tres nietos. El Stone juega en la liga de Chuck Berry, Little Richard y Jerry Lee Lewis, los clásicos, y ni siquiera Mick Jagger, el que fuera su socio durante 50 años, puede amargarle la recta final de una existencia febril, irresponsable, apasionada: "Durante muchos años he dormido, como media, dos veces por semana, lo que significa que me he mantenido consciente a lo largo de unas tres vidas".
Escrito con habilidad y talento (con la ayuda de su amigo el periodista James Fox), construido sobre centenares de anécdotas documentadas al detalle, el libro mantiene una velocidad de crucero endiablada: arranca con parte de los Stones viajando por Estados Unidos durante la gira de 1975, con la policía pisándoles los talones, en un coche cargado de cocaína, hierba, mescalina y peyote. Y termina, 504 páginas después, con el guitarrista esnifando las cenizas de su padre y escuchando con mal disimulada satisfacción cómo su madre, en el lecho de muerte, asegura que "esto de la morfina no está nada mal". ¿Apología de los estupefacientes? Quizá, pero sobre todo de la música, que en definitiva es lo que ha dado sentido a su existencia: "La música era algo muy parecido a una droga. De hecho, era una droga mucho más potente que el caballo: el caballo siempre lo puedes dejar, la música no. Una nota lleva a la otra, y nunca sabes exactamente qué viene después, y tampoco qué quieres. Es como caminar por una bellísima cuerda floja".
Pero cuidado, porque Richards no siempre resulta tan sensible y poético. Cuando escribe de Jagger destila un rencor irracional. Asegura que el cantante es un tipo "insoportable" y vanidoso que, para colmo de males, tiene "un miembro viril muy pequeño". Cuentan que Jagger, el hombre que firmó con Richards clásicos del calibre de "Tumbling Dice" o "Satisfaction", no ha tardado en responder al autor de "Vida": "Es un yonqui. No os podéis imaginar lo que es ir de gira con un alcohólico adicto al crack".
¿Exagera Richards en una búsqueda constante de la provocación, de la imagen perfecta de maldito? La biografía de Slash, guitarrista de Guns and Roses y alumno aventajado de Richards, tiene un subtítulo que también define a la perfección el libro que nos ocupa: "Puede parecer excesivo, pero eso no significa que no sucediera".