Image: Mal consentido. La complicidad del espectador indiferente

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Ensayo

Mal consentido. La complicidad del espectador indiferente

Aurelio Arteta

7 enero, 2011 01:00

Aurelio Arteta. Foto: Iñaki Andrés

Alianza. Madrid, 2010. 320 páginas. 20 euros


Filósofo y sociólogo, Aurelio Arteta es un arquetipo de lucidez y valentía. Nacido en 1945 en Sangüesa (Navarra), vive en la linde de Pamplona y es catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad del País Vasco (UPV). Una universidad en la que la amenaza del nacionalismo, articulada con el entorno de ETA, ha conseguido expulsar de la misma a un buen número de magníficos docentes.

A lo largo de los años, Aurelio Arteta ha mantenido la voz alta contra el monopolio del nacionalismo en el País Vasco y contra el chantaje y el asesinato terrorista. En sus artículos publicados en la prensa ha enarbolado la bandera de la ética y del sentido kantiano de la moral. Con sus clases, seminarios, conferencias o textos impresos ha conseguido articular una interesante obra que se posiciona entre sus lecturas marxistas de juventud y las exigencias éticas actuales implicadas en una "democracia con demócratas".

Su independencia de pensamiento volvió a ponerse de manifiesto cuando participó en la fundación de Unión, Progreso y Democracia (UPyD). En las elecciones generales de 2008 se presentó como cabeza de lista por Navarra con un partido destinado al fracaso en una comunidad autónoma en la que los derechos, o privilegios, forales resultan sagrados (en su programa electoral UPyD hacía una crítica frontal a gran parte de lo que el navarrismo considera intocable). Por supuesto, no salió. El subtítulo de este volumen, La complicidad del espectador indiferente, traslada, casi de modo reflejo, al lector al conflicto marcado por el binomio nacionalismo-terrorismo en el País Vasco. Sin embargo, como ya indica Aurelio Arteta en la introducción, "el mal que asola mi tierra es sólo la ocasión de este estudio, no el objeto que lo agota". La situación de la sociedad vasca es, sin duda, el disparadero que conduce a la escritura de este texto, pero su autor ha querido ir más lejos y plantear un modelo de conflicto que puede darse en cualquier otro marco social.

Comienza a articularse este texto con un análisis del mal, y para ello Arteta recoge fragmentos de la historia del nazismo y del Holocausto. De este modo comienza a afinar la distinción entre el mal consentido y el mal cometido, distinción que requiere establecer tres especies de sujeto, "el agente o agresor, la víctima y el espectador". Conforme se desenvuelve el texto va tomando contorno el perfil del "espectador cómplice". Aurelio Arteta otorga un poder considerable al espectador, eficaz indicador del nivel moral de una sociedad. El espectador está trabado de mil maneras, de ahí que el autor se detenga en primer lugar en el miedo como una de las "pasiones humanas más básicas" y cuyo destino último es proteger la vida frente a la muerte.

El miedo no es sólo miedo a morir, es también miedo a quedarse solo, miedo a que el grupo de personas que confieren significado a nuestras vidas nos rechace, miedo a quedar aislado, terror a quedarse fuera. El temor al aislamiento es el gran temor. Rememorando a Hannah Arendt, Aurelio Arteta señala que el problema puede no ser tanto el de los enemigos sino el de los amigos. Arteta finaliza Mal consentido con el análisis de lo que denomina "las categorías morales apropiadas". En cabeza, la idea de hombre como ser responsable. Sin responsabilidad no hay humanidad. La pertenencia a un grupo determinado, sea una nación, un partido político o cualquier otro tipo de organización, no puede difuminar la responsabilidad individual. La responsabilidad colectiva existe, como puede verse en aquellos que, amparados en razones étnicas, victimizan a quienes pertenecen a grupos étnicos, raciales o religiosos diferentes.

Se cierra este complejo, documentado, denso y a veces difícil volumen con un llamamiento a la conveniencia de la virtud. La práctica virtuosa, situada bastante más allá del umbral moral mínimo, resitúa nuestra responsabilidad moral y procura nuestra propia perfección a la vez que contribuye a la felicidad ajena. Quizá, como señala Aurelio Arteta al despedirse del lector, sea ésta una pretensión desmedida en la cultura actual. Ello no obsta para admirar y seguir privada y públicamente a los "moralmente mejores".