Image: Mortalidad

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Ensayo

Mortalidad

Christopher Hitchens

30 noviembre, 2012 01:00

Christopher Hitchens. Foto: C. Witkins

Traducción de D. Rodríguez Gascón. Debate. Barcelona, 2012. 128 pp. 17'95 e. ebook: 12,34 e


Una enfermedad tan larga, incierta y costosa como es el cáncer ha producido numerosos textos escritos desde el sujeto de la enfermedad. Pocos tan certeros e incisivos como Mortalidad.

Diciembre del 2011, el cáncer de esófago se le complica con una neumonía a Christopher Hitchens (Portsmouth, 1949) y muere en Houston con sesenta y dos años. Desaparece uno de los pensadores más potentes, originales y tocapelotas de su generación. Hitch-22. Memorias (Debate, 2011) fue un éxito de ventas en todo el mundo. En estas páginas honramos la que se ha convertido en su última gran obra con el extraespacio de libro de la semana.

Mortalidad es obra póstuma. Salió en versión original norteamericana este mismo año, con prefacio de Graydon Carter, editor de Vanity Fair, la conocida revista de la que Hitchens era colaborador habitual, y con epílogo de Carol Blue, su segunda mujer. La excelente y cuidada versión española a cargo de su traductor habitual, Daniel Gascón, ha suprimido el texto de Carter. Como narra Carol Blue, en junio de 2010 Hitchens se siente indispuesto en los primeros días de la gira promocional de Hitch-22. Se ha comprado un traje blanco para soportar el calor de Nueva York y piensa -fumador y bebedor empedernido- que está sufriendo un ataque de corazón. En urgencias ven sombras sospechosas y le recomiendan de inmediato un oncólogo.

De pronto, el Hitchens que ha tenido toda su vida una salud de hierro, que se ha educado en Oxford y que es capaz de parar un taxi en pleno Manhatan con su vozarrón, queda herido de muerte. En lo mejor de su vida debe alumbrar un nuevo mundo que tan sólo se alarga diecinueve meses de un vivir muriéndose.

El relato de esos meses conforma la fina substancia literaria y testimonial de Mortalidad. Sin sentimentalismo ni autocompasión, Hitchens comienza a narrar la negociación del cáncer. A cambio de la posibilidad de alargar la existencia se acepta atravesar la quimioterapia, la etapa de radiación o la cirugía. En el camino pueden quedar las papilas gustativas, el pelo, la capacidad de concentración o la tolerancia digestiva.

Todavía al principio se cree en la posibilidad de luchar y vencer al cáncer. El enorme capital social de Hitchens le permite acudir a Francis Collins, el doctor que da el impulso final al Proyecto Genoma Humano y que dirige en Estados Unidos los Institutos Nacionales de la Salud. A su través establece contactos, indaga nuevos protocolos de inmunoterapia y recorre numerosos hospitales. En Washington, D. C. cae en una institución hospitalaria que le contagia una feroz neumonía estafilocócica y en Houston le buscan curación con los medios más innovadores.

Poco a poco el cuerpo se va degradando. "Me siento perturbadoramente desnaturalizado. Si Penélope Cruz fuera una de mis enfermeras, ni siquiera me daría cuenta". En la guerra contra Tánatos Hitchens va perdiendo. Su "Villa Tumores" le alberga con cuidado pero no le sana. Cada vez le cuesta más escribir, pero todavía puede leer a sus pensadores favoritos, Nietzsche, Mencken y Chesterton.

Lo peor es la pérdida de la voz, su gran instrumento de comunicación, el gran regalo a los asistentes a conferencias, debates o programas de radio y televisión. Si no en la cura, el gran descreído quiere creer en la remisión. Todavía planea un gran libro. De pronto y sin más, fin del texto y de la vida.