Ensayo

El arte en carne viva

Alberto Hernando

21 febrero, 2014 01:00

Sd ediciones. Barcelona, 2013 294 páginas, 23'50 euros

Si hay un tema al que se le ha prestado atención en los últimos años, en la raquítica bibliografía artística española, es al cuerpo. En los noventa, cuando el cuerpo (y el sexo y la muerte) había regresado a la escena del arte, después de años de ayuno conceptual y dieta minimalista, se dijo famosamente "Mi cuerpo es un campo de batalla". Pero en realidad lo había sido siempre. Un cuerpo es siempre más que la materia que lo constituye, eso lo sabemos bien todos. Los libros de José Miguel G. Cortés, Vicente Aliaga y Estrella de Diego, por ejemplo, analizaron la construcción de la identidad a través de la representación. Carlos Reyero publicó Desvestidas y el muy pertinente La belleza imperfecta. Apareció la cartografía del cuerpo en el arte contemporáneo de Pedro Cruz y M.A. Hernández. Y Corpus Solus, del añorado Juan Antonio Ramírez. A ellos se añade este libro de Alberto Hernando, que no es un especialista en arte sino en literatura, lo que hace posible que el texto se desarrolle con la arbitrariedad y ligereza de lo escrito por gusto.

El arte en carne viva trata del cuerpo en el arte, sí, pero de un cuerpo problemático, cuya visión nos produce desazón, excitación, terror… cada cual tiene sus gustos. El temario es amplio y el mérito de su autor es que no sea del todo previsible. Dado que su índice no sigue un orden cronológico ni temático, es más, creo que está organizado para sobresaltar al lector, podemos señalar tres grupos: dolor (con sus vertientes de enfermedad y tortura), sexualidad (desde el erotismo a la violencia), deformaciones corporales (naturales o inflingidas) y muerte (este apartado ofrece pocas variantes). Pero en el terreno del arte lo interesante es el cómo y no el qué. Y ahí es donde la selección de Hernando resulta muy sugerente. Porque si bien en estos apartados comparecen nombres obvios, también lo hacen otros inesperados o desconocidos. Los capítulos dedicados a la representación sexual nos traen al Picasso erotómano de sus últimas series de grabados, al límpido y blasfemo Clovis Trouille, a los inevitables Delvaux y Klossowski, pero también a un japonés perverso como es Toshio Saeki. El cuerpo torturado se nos muestra en los antiguos grabados de Yoshitoshi, pero también en las performances de Ron Athey y en innumerables crucifixiones. La representación deforme aparece en los cómics de Robert Combas, en la pintura clásica y el cine moderno. Uno de los capítulos más amplios y construidos es el que se refiere a la estética del SIDA.

Creo que es justo decir que el libro abre más puertas de las que atraviesa, porque algunos de los capítulos son muy cortos y apenas profundizan en su tema. También encuentro algún desajuste: hay un capítulo dedicado al arte y la locura, y nada acerca del accionismo vienés y ni una alusión al supermasoquista Bobby Flanagan. En fin, un libro que en ocasiones pone los pelos de punta, pero el arte es un espejo y a veces somos monstruos...