Image: La destrucción del arte. Iconoclasia y vandalismo desde la Revolución Francesa

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Ensayo

La destrucción del arte. Iconoclasia y vandalismo desde la Revolución Francesa

Dario Gamboni

19 septiembre, 2014 02:00

en 1919 Marcel Duchamp pintó un bigote sobre una postal de La Gioconda, y la tituló "LHOOQ"

Publicado originalmente en 2007, el libro que comentamos trata de un tema extrañamente ausente en la bibliografía, si exceptuamos los estudios de Martin Warnke publicados en la década de 1970. Sin embargo, esa carencia va a quedar cubierta durante largo tiempo, por este trabajo monumental, preciso e interesantísimo. Decía que es llamativo que no se haya tratado con más asiduidad teniendo en cuenta que la historia de las imágenes corre paralela a la de su destrucción. Basta recordar algunos de sus episodios: la guerra iconoclasta en el Bizancio del los siglos VIII y XIX, la destrucción de imágenes por Savonarola en la Florencia del XV, el aniconismo de la Reforma, los ataques de la Revolución Francesa, la destrucción de símbolos comunistas tanto en la revolución húngara de 1956 como tras la caída del Muro… sin contar con sucesos más lejanos pero igualmente drásticos: la devastación de la imaginería azteca durante la conquista o la Revolución Cultural maoísta.

Aunque el libro de Gamboni se ciñe al periodo indicado en su título y al ámbito del arte occidental el panorama es de una amplitud abrumadora, como lo es la minuciosidad de sus análisis. Sus primeros capítulos están dedicados a una serie de precisiones metodológicas pertinentes: una cosa es iconoclasia y otra vandalismo, una cosa es destruir imágenes por lo que representan y otra destruirlas por ser arte. Y finalmente, también tiene un sentido distinto lo que podríamos llamar una destrucción sistemática, organizada "desde arriba" y otra la que "desde abajo" se lleva a cabo de forma incontrolada y acaso por razones heterogéneas.

Entre lo mucho que podemos aprender y comprender está el hecho de que la expulsión de las imágenes del ámbito religioso durante la Reforma protestante fuera una de las causas de la noción kantiana de autonomía artística, de una creación libre de mensajes y destinada al goce desinteresado. O que el concepto de salvaguardia del patrimonio surgiera precisamente a raiz de la destrucción de símbolos aristocráticos durante la Revolución Francesa, pues fue entonces cuando surgió la noción de preservar los que fueron símbolos de la opresión para convertirlos en medios de instrucción. De paso, encontramos hechos fabulosos: los testimonios de cuadros de santos martirizadas, estatuas de reyes exiliadas o ahorcadas. Toda clase de ejecuciones en efigie que se llevaban a cabo mostrando una creencia en el valor de las imágenes a la altura de la furia que se empleaba en destruirlas.

Pero como ya hemos dicho, esta no es sólo una historia, también es una interpretación de la misma. Y así vemos cómo se dibuja un perfil del arte moderno constituido precisamente por su énfasis en la destrucción del arte precedente. Desde comienzos del siglo XIX, pero con una furia de intensidad creciente desde su mitad, encontramos numerosos artistas y tendencias que proclaman la necesidad de quemar museos y destruir las obras de arte de la antigüedad como requisito imprescindible para que surja un arte nuevo. Los realistas de las décadas de 1850 y 60, con Couturier y Courbet a la cabeza, consideraban que nada era más necesario que liquidar el Louvre y, en otro orden de cosas, "desatornillar" la Columna Vendóme de su emplazamiento. Pero yendo más allá, ¿cómo podemos considerar el acto de pintarle bigotes a la Gioconda sino como vandalismo? Si ponemos hechos como este en relación con otros casi simultáneos, como el acuchillamiento de la Venus del espejo de Velázquez por una sufragista, veremos que lo que hoy consideramos rasgos irrenunciables de nuestra civilización han tenido que abrirse paso en la historia por medios inusitadamente violentos.

Al asunto concreto de la creación de obras de arte a través de la destrucción dedica Gamboni casi un tercio del libro. Ya se trate de Robert Rauschenberg borrando cuidadosamente un dibujo de De Kooming o de Met- zger promoviendo festivales de arte autodestructivo, acabar con una obra de arte era la manera de producir otra. Sepa el lector que este comentario no da cuenta de todos los enfoques y recovecos del libro, que además. En fin, vale la pena destruir unos cuantos libros para hacer sitio a este.