Image: A la carta

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Ensayo

A la carta

Valentí Puig

16 enero, 2015 01:00

La carta de Dylan Thomas a su esposa Caitlin es como entrar en una casa en llamas

Elba. Barcelona, 2014. 216 páginas, 18 euros

Alguna vez he fantaseado con la idea de tratar de contar la historia del mundo en tres telegramas. Me he vuelto a acordar de ello al leer este breve libro, una recopilación de cartas que abarca desde el siglo IV a C. hasta 1970. De Platón a Elvis Presley, concretamente. Me puedo equivocar, porque no están ordenadas cronológicamente. El orden es alfabético, lo que da lugar a divertidas secuencias: Gandhi a Hitler, Guillermo II de Alemania a Nicolás II de Rusia. Dice en el prólogo su autor, Valentí Puig, que lo que le movió a realizar esta selección de correspondencias fue la certeza de que el género epistolar se había extinguido. No a causa de la informática, piensa. Su opinión es que había acabado hacía tiempo y el correo electrónico no ha hecho sino certificar su fin.

Sean cuales sean sus razones, el resultado, este libro, es sumamente instructivo y por momentos conmovedor. Vamos a encontrarnos con cartas que forman parte de la Historia con mayúsculas (la de Bulgakov a Stalin pidiéndole que le expulse de la URSS). Y otras, más interesantes, que forman parte de la historia secreta de la sensibilidad: Emily Dickinson agradeciendo a una amiga el dibujo de una flor, Samuel Johnson reprochando a Lord Chesterfield su tardío reconocimiento: "Cuando en una ocasión me dirigí a su señoría en público, agoté toda la capacidad de agradar que pueda poseer un estudioso retirado y poco mundano".

Puig advierte en el prólogo que la antología no aspira a tener un carácter canónico ni ejemplar, que responde al capricho personal y que pretende que nos sepa a macedonia con unas gotas de licor. Le doy la razón, mientras lo leía, arrastrado por su fuerza poderosa, iba pensando que se trataba de un libro arbitrario y superficial. ¿Por qué estos autores, porque estas cartas, en ocasiones triviales o incomprensibles sin un mayor conocimiento de los hechos que les rodeaban? En fin, podríamos seguir enumerando lo que este libro no es, pero perderíamos la ocasión de disfrutarlo. O de entrar en el alma de nuestros más ajenos semejantes para compartir sus íntimos sentimientos.

Porque este es uno de los puntos fuertes de una corespondencia: las cartas, mayoritariamente, son textos privados, conversaciones entre sólo dos. Y hay algunas que empezamos a leer como quien entra en una casa en llamas: la carta de Dylan Thomas contestando a la de despedida de su esposa Caitlin, la de Katherine Mansfield a su marido infiel, la de Pardo Bazán a Galdós, gran gata que juega con un ratoncillo, la de Catalina de Aragón a Enrique VIII, que la encerró hasta su muerte y así se despedía: "Por último os juro que mis ojos os desean por encima de todas las cosas".

El género amoroso era previsible. No esperaba en cambio encontrar unas cuantas que trataran de la existencia de Dios. La de Einstein es ejemplar por su rigor y sinceridad. Estremece comprobar la abundancia de ejemplos de valor moral, de profunda comprensión del hecho de vivir, de sabiduría clandestina. Estos elementos se organizan de forma especialmente persuasiva en cartas como la que escribe Scott Fitzgerald a su hija o Lincoln al maestro del suyo.

Dos comentarios para terminar: la carta más extravagante es la dirigida a Hitler por un tal Fori S. Terpini, "científico adivino" y a la vista de los hechos, un inútil. Y no quiero dejar de señalar los estupendos esbozos biográficos que escribe Puig para cada una de las cartas. Son verdaderas joyas de concisión y sabiduría.