Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa
Ignacio Peyró
23 enero, 2015 01:00Ignacio Peyró
Bajo la flexible fórmula de un "diccionario sentimental" ha reunido Ignacio Peyró (Madrid, 1980) un nutrido conjunto de ensayos, anotaciones y reflexiones en torno a ese contrastado sistema de querencias y devociones que se conoce por el nombre de "anglofilia". Son algo más de mil páginas en las que tienen cabida desde cumplidas disquisiciones en torno a la monarquía, el sistema parlamentario, la Iglesia de Inglaterra o el sistema de clases, a otras no menos enjundiosas sobre el té, los sándwiches de pepino o la salsa Worcestershire; a las que habría que unir, por constituir casi un tratado aparte, las muchas entradas dedicadas a sastrerías de nota, camiseros, perfumistas, fabricantes de cepillos y zapateros de lujo; por no mencionar los muy atinados ensayos dedicados a las figuras mayores de la literatura inglesa, desde el universal Shakespeare a los muy ingleses -en el sentido preciso que "lo inglés" tiene en este libro- Harold Acton o Edith Sitwell.Ya en el prólogo se precave el autor de que un "libro de este tipo pueda ser juzgado menos por lo que es que por lo que le falta o le sobra". Sería, desde luego, una injusticia: sobrar, no sobra nada, porque tanto las imprescindibles entradas que se ocupan de las grandes cuestiones sociales, históricas o culturales, como las que pueden entenderse como bienhumoradas declaraciones de un cierto dandismo sentimental, contribuyen a su propósito declarado, que no es otro que la exposición y defensa de una "cierta idea de lo inglés". También las exclusiones son significativas: aunque hay bastantes alusiones, aquí y allá, a los estragos de la modernidad, desde los rascacielos acristalados de Norman Foster a las "camisas de neopreno" de la moderna sastrería, no hay entradas explícitamente dedicadas a cuestiones tales como la cultura "pop", el éxito de los Beatles, el laborismo, el periodismo sensacionalista o el humor de trazo grueso de los Monty Python, por ejemplo; todos tan característicamente ingleses como la libra esterlina o el rosbif, pero al parecer no del todo imprescindibles para el bosquejo de una cultura que quiere ser entendida en lo que tiene de continuidad y tradición, y no por sus ocasionales -o no tan ocasionales- episodios de duda o cuestionamiento, cuando no de abierta subversión de sus valores.
Como cualquier otra filia, la que tiene como objeto lo inglés prefiere centrarse más en los momentos de afirmación positiva de la cosa amada que en sus momentos de indefinición. Por más que, desde el punto de vista español, la anglofilia tenga también perfiles inciertos: es más un conjunto de aspiraciones que de concreciones tangibles. En política, por ejemplo, suele traducirse en un liberalismo que quisiera ser más pragmático que doctrinario, pero que en la práctica se diluye quizá demasiado fácilmente en el conservadurismo inmovilista; al igual que, en lo cotidiano, el mimetismo del refinado modo de vida de las clases altas inglesas con frecuencia no produce otra cosa que delatora afectación… En ese difícil quiero y no puedo se mueve nuestra anglofilia. Y por eso, quizá, uno de los aspectos más incisivos de este libro es la presencia en él -véase la entrada "Exiliados"- de algún que otro anglófilo hispano ajeno a ese cliché reaccionario: el sufriente Cernuda, por ejemplo, que vivió parte de su exilio en Gran Bretaña, y cuya anglofilia de carácter y cultura no le ayudó a soportar lo desabrido del clima y los temperamentos; o su lejano pariente en el inconformismo, su paisano Blanco White, que tampoco quiso llamarse a engaño respecto a los obstáculos que el pensamiento libre encontraba incluso en la patria de la libertad de conciencia.
En este ameno "diccionario" uno puede pasar de esas amargas constataciones a la ligereza de considerar la excelencia del Rolls Royce que nunca tendremos. La anglofilia hispana al cabo es eso: un modo de vivir en una consoladora ficción. De eso trata precisamente este libro.