Una herencia incómoda. Genes, raza e historia humana
Nicholas Wade
27 febrero, 2015 01:00Nicholas Wade
Miles de años de presión ambiental hicieron variar el gen de la hemoglobina en los tibetanos adaptándolos al aire más enrarecido del planeta. Procesos similares determinaron que muchos africanos sean inmunes a la malaria, y que los escandinavos hereden la tolerancia a la lactosa. En total, la selección natural habría modificado recientemente el ocho por ciento del genoma humano. Los ajustes conciernen a cambios en la dieta o a la resistencia a epidemias, ¿o también han modelado nuestro modo de pensar y actuar?Tal es la cuestión que Nicholas Wade, ex editor de la revista Nature y periodista científico de The New York Times, se ha propuesto contestar en Una herencia incómoda. Y su respuesta es un sí rotundo. Contra la idea dominante de que las razas son una entelequia sin base biológica, defiende su existencia invocando a la genómica. De sus hallazgos deduce que los genes influyen en las conductas de cada raza y en su desempeño histórico. Su rechazo a todo tipo de racismo no le impide coincidir con Francis Fukuyama en afirmar la superioridad de Occidente, con una diferencia: lo que para el politólogo es la consecuencia de instituciones exitosas, para él es el producto de disposiciones genéticamente fijadas.
He aquí su tesis: en los últimos 50.000 años, las diversas ramas de la humanidad vieron modificado su ADN en respuesta a requerimientos del medio. Tales variaciones inocularon a ciertas poblaciones rasgos de conducta que les permitieron superar el tribalismo y entrar en la senda de la civilización (por ejemplo, el rechazo a la violencia y la propensión a la confianza).
Afirmaciones extraordinarias, sin duda, que exigen evidencias extraordinarias. Quien impute un rasgo social a la genética se obliga a identificar los genes responsables. Wade incumple esa obligación; en cambio recurre a pruebas indirectas como el innatismo de los hábitos sociales de nuestros primos los chimpancés; las desigualdades cognitivas entre pueblos expuestas por los test de inteligencia; o la hipótesis del economista Gregory Clark de que la selección natural impulsó la revolución industrial, en la medida en que las prolíficas élites británicas diseminaron los genes de su talante emprendedor en el resto de sus compatriotas. Ninguno de esos argumentos soporta un examen minucioso. No se ha probado que la diversidad cultural de los chimpancés tenga un correlato biológico; las variaciones de los cocientes intelectuales de una misma población en un tiempo relativamente corto descartan las causas genéticas; y en cuanto al postulado de Clark, su nulo sustento empírico le condena a un limbo hipotético.
La genética nos enseña que ciertos rasgos corporales responden a la adaptación al entorno (el color de la piel en función de la radiación solar, la forma de la nariz en función de la temperatura del aire.... ), y que las alteraciones cromosómicas inciden en la salud individual. De ahí a afirmar que el ADN decide la suerte de cada pueblo media un abismo que el conocimiento disponible impide franquear. Wade, sin embargo, se lanza a dar el salto apoyándose en especulaciones. Así pues, conjetura sin fundamentos que "conductas sociales que los economistas han identificado como obstáculos al progreso bien podrían tener una base genética"; o achaca el fracasado injerto de instituciones estadounidenses en Irak y Afganistán al material hereditario de sus habitantes, cuando el fiasco se entiende mejor a la luz de las disparidades económicas y culturales, o del rechazo de lo percibido como la imposición de un invasor.
En fin, su enfoque darwinista se ve en apuros a la hora de dar cuenta del contraste entre poblaciones con un acervo genómico idéntico, como la norcoreana y la surcoreana, o de la evolución de los belicosos vikingos a los pacíficos daneses de nuestros días. Si a fin de cuentas resulta que la cultura es la que explica las diferencias, ¿por qué insistir tanto en los genes?
Al término de la lectura se hace inevitable concluir que, pese al innegable talento de Wade para traducir a un lenguaje sencillo y ameno complejas cuestiones de biología evolutiva, no ha logrado demostrar convincentemente sus proposiciones, colocándose al final de la larga fila de autores empeñados en asentar la relevancia del factor racial que fracasaron en el intento.