Image: Pasados los setenta V

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Ensayo

Pasados los setenta V

Ernst Jünger

31 julio, 2015 02:00

El escultor Arno Breker termina un busto de Jünger en 1998

Traducción de Isabel Hernández. Tusquets. Barcelona, 2015. 200 páginas, 22€

No se tiene a menudo el privilegio de disfrutar de la prosa de escritores que hayan seguido practicando su oficio, sin merma de talento ni de fuerza expresiva, con casi un centenar de años a sus espaldas. El de Ernst Jünger (1895-1998) constituye uno de esos raros casos. Cumplidos los 70, continuó componiendo las notas de un extenso diario, prosecución tardía de sus memorias de juventud (Diario de Guerra) y primera madurez (Radiaciones), hasta reunir en cinco volúmenes uno de los testimonios autobiográficos más completos y singulares del siglo XX, finalizado con 101 años de edad.

Y es que antes que ensayista, novelista, historiador o entomólogo, Jünger fue un virtuoso de la supervivencia, un guerrero renacido del frente de las dos guerras mundiales y del marasmo totalitario del siglo pasado, que hizo de este modo de escritura, donde las grandes conmociones epocales se traducen a experiencia interior, un medio fundamental de autoconocimiento. De ahí que estos diarios ocupen un lugar tan destacado en el conjunto de su obra. Se percibe en ellos de inmediato el cuidado formal de quien, ajeno a los usos ideológicos habituales y distanciado de toda jerga bien pensante, se sabe capaz de proyectar una mirada original sobre el presente. Jünger se refleja así en sus vivencias como una especie de espectador impasible, vitalmente descomprometido respecto a todo cuanto sucede a su alrededor para mejor registrarlo en su esencia.

La sensación ardiente que provoca en el ánimo la lectura de sus textos, similar a la que suscita en la piel el contacto con el hielo, se agudiza en esta última entrega, concluida dos años antes de su fallecimiento. Ahora bien, se diría que lo hace de manera paradójica, como desvelando en cierta medida el carácter oculto del personaje, aquello que su máscara fáustica de testigo elevado por encima del tiempo trató siempre de disimular: Jünger nos fascina con su melancólica descripción del universo actual de la técnica como una era dominada por los titanes; nos admira con su fácil erudición, capaz de hallar para cada circunstancia la cita más esclarecedora; y nos embelesa con la rica vida de sus sueños, perseguidos y anotados por él con esmero. Pero su carencia de afectividad hacia personas, cosas y causas coetáneas acaba por resultar antipática.

Aquí, la distancia parece más bien la del hombre vencido por la edad, que sólo mira con ternura al pasado y sólo habla ya con sinceridad cuando conversa con los muertos. Tal vez por eso los mejores pasajes de este diario son aquellos en los que Jünger repite sus temas más celebrados -el nihilismo, la resistencia del individuo en un orden totalitario, la fuerza visionaria de los sueños o de algunas sustancias enteógenas- y convoca a sus referentes clásicos: Hölderlin, Schopenhauer o Nietzsche.

En cambio, acontecimientos como la guerra del Golfo, la de los Balcanes, la amenaza termonuclear o el cambio climático apenas suscitan en él una reflexión de verdadero calado, limitándose a consignarlos como fenómenos de transición hacia un nuevo tiempo en el que el "gobierno de los titanes" cedería el paso a un "retorno de los dioses", según anuncia una y otra vez, conforme a un esquema filosófico-histórico prefijado, el críptico oráculo jüngeriano.

En los gestos cansados se delatan mejor los tics de la edad. Jünger critica que se le siga juzgando severamente por obras que expresaban su opinión de hace más de 50 años. Pero cuando a la pregunta de la periodista "¿qué lamenta de la I Guerra Mundial?" responde "que la perdimos", demuestra hasta qué punto el tiempo acabó venciendo también a este gran guerrero.