Novela

Hasta un pueblo de demonios

Adela Cortina

24 enero, 1999 01:00

Taurus. Madrid, 1998. 218 páginas, 2.400 pesetas

En este nuevo libro de Adela Cortina se nos invita a recorrer esa peripecia de un pueblo de demonios inteligentes que se transforma en un pueblo de personas responsables, que no sólo actúa por interés sino que toman interés en algo o alguien

Algunos caminos de la ética han seguido dos opciones extremas. Poner una vela a Dios, mediante una fundamentación trascendente de la misma y otra al diablo, en su disolución relativista interesada. Aquí se habla de unos diablos menores y casi entrañables: ese figurado pueblo de demonios kantiano en los que la inteligencia prevalece sobre la maldad y acaban reconociendo la conveniencia del Estado. En este nuevo libro de Adela Cortina se nos invita a recorrer esa peripecia de un pueblo de demonios inteligentes que se transforma en un pueblo de personas responsables, que no sólo actúa por interés sino que toman interés en algo o alguien. De ello difícilmente podía habernos convencido hoy un Kant cuya rígida moralidad (según los románticos) espantaba a las musas. Por eso, la autora no sólo se ve obligada a convencernos de la idea sino también a verdérnosla. Y ciertamente lo consigue. No en vano ha desarrollado proyectos, fundado instituciones y escrito brillantes páginas sobre algo antes mal visto, como es la relación entre ética y negocios. En el mundo actual es necesario convencer, pero no es suficiente: es preciso también saber vender. Tenemos cercano el ejemplo de fenómenos mediáticos que han servido para despertar vocaciones filosóficas, y que con un poco de suerte sobrevivirán a la Universidad. En esta línea Adela Cortina señala que la ética es un "producto de primera necesidad" y que, además, es "rentable" para instituciones y organizaciones.
Se trata de un libro de inspiración kantiana para una sociedad que no lo es, pero que bien pudiera serlo. Lo cierto es que estamos en una época y en un mundo en el que nadie al actuar se "pone en lugar de otro", ni tiene esos sentimientos morales que Kant presupone como un "factum" de la razón práctica. Autores que ella bien conoce, Hokheimer y Adorno, se preguntaban cómo hemos pasado de un siglo de ilustración a un siglo de barbarie. Y ella, a su vez, se pregunta por qué si somos herederos del "Siglo de las Luces" estamos en "Siglos de Sombras"; porqué se ha pasado del ideal de la "cosa pública" a las mafias de la "cosa nostra". Hay que recorrer todo un verdadero camino crítico para llegar a la verdadera libertad cívica. Su meta no puede ser la utopía desnortada, pero tampoco la casuística estéril. Es cierto que los idealistas cifraban todo en la libertad, pero como bien señala Adela Cortina, no basta con poder elegir, sino que hacen falta alternativas donde elegir y aquí es fundamental la labor constructiva. Por ello son recomendables este tipo de libros, por su estilo directo y ágil, por su espíritu crítico, pero no para destruir sino para sentar criterio y abrir una puerta a la esperanza.
Adela Cortina examina diferentes opciones, tales como el gregarismo de los códigos rojos, el empalago de la moralina, la astucia del individualismo ilustrado, el liberalismo social, el comunitarismo liberal y el socialismo dialógico. Esta última, la propuesta de un socialismo dialógico, no es sino un kantismo puesto a dialogar. Ella conoce muy bien en este sentido las posturas de Habermas y de Apel, pero es importante subrayar, como ella misma indica, el vínculo con la tradición española de Ortega, de Aranguren, de Zubiri y de Laín Entralgo. Se trata de una ética especialmente indicada para situaciones de desmoralización: abandona la moralina por la "moralita" (termino orteguiano), convirtiéndose en una ética explosiva. Uno de sus ingredientes más significativos es precisamente su convicción de que una ética cívica es una ética laica. De este modo, el libro ayuda no sólo a continuar sino también a construir esas tradiciones interrumpidas o demolidas. En esa tarea ha acompañado la Estética a la ética en España, en el pasado reciente y también ahora, aunque algunos pretendan enfrentarlas, quizá más que nada para distraer un poco al personal, un tanto aburrido, del mundo filosófico español.
El libro, como hemos dicho, avanza tesis y arriesga alternativas. Ciertamente, no se pueden desarrollar todas por igual, pero hay un punto capital que merecería alguna precisión más. Se trata de la articulación de la ética de mínimos con la de máximos. El tema es difícil, y también la autora es en este punto parca, con lo que se corre el riesgo de quedarse en unas consideraciones edificantes. Está muy bien el deseo de potenciar esos mínimos de justicia compartidos, y de subrayar que no hay que confundir lo público con lo político, pero hay un momento en que esa articulación debe desembocar en una cultura política. Señalamos esto por contraste con el acierto y el detalle con que, en la línea de otros libros suyos, expone la relación entre ética y empresa. Merecen capítulo aparte sus consideraciones sobre lo relativo a la ética de las profesiones, el buscar en la vida corriente la excelencia. Sólo por ello habría que volver a recomendar la lectura de este libro. En un país todavía de chapuzas pedir una ética de las profesiones es todo un reto: el gusto por el bien hacer como nivel de excelencia personal y de servicio público.