Carlos Giménez, un maestro de la viñeta entre la memoria y la imaginación
El madrileño, cuya obra oscila entre la autobiografía y la crónica social, acaba de publicar 'Una voz en la noche', adaptación de relatos de Hodgson.
21 agosto, 2024 02:20Madrid, años 50. En el Hogar Batalla del Jarama, un niño (su padre ha muerto, su madre está en un sanatorio) les dice a sus compañeros que de mayor quiere ser dibujante de tebeos. Ocho años pasó Carlos Giménez, nacido en 1941, en cinco de esos hogares de auxilio social de la España franquista.
No imaginaba que, además de cumplir su sueño, dedicaría una de sus principales obras a contar las historias de esas instituciones de socorro. No sospechaba entonces que se convertiría en uno de los autores más importantes de la historieta española.
Iniciada en la segunda mitad de los 70, la serie Paracuellos atraviesa toda su trayectoria, ya que, si bien en un principio la dio por terminada tras la publicación del sexto álbum (2003), en los últimos años ha añadido tres, el último de ellos Un “hogar” no es una casa (2022).
En la amplia obra del madrileño comparecen la memoria personal y la generacional, la crónica, la conciencia social y la palpitación imaginativa. Entre los autores a los que ha adaptado figuran H. G. Wells (La máquina del tiempo, 2017), Jack London en modo ciencia ficción (Cementerio estelar, 2023) y W. H. Hodgson en el que es su último álbum publicado, Una voz en la noche (2024).
Al trabajar en estos dos relatos de terror en el mar (el que da título al libro y La nave abandonada) se ha dado cuenta “de que no es tan fácil contar con imágenes lo que este grandísimo escritor nos cuenta con palabras”.
En Una voz en la noche, dos marineros de un barco que atraviesa el Pacífico Norte se ven sorprendidos en una noche oscura, sin estrellas, por una voz extraña e “inhumana” procedente del océano. De un bote de remos que no quiere ser visto. Los marineros se prestan a ayudar, y la misteriosa voz contará una historia terrible que comienza con un naufragio.
En La nave abandonada, un anciano doctor hace memoria de un suceso que vivió en su juventud, cuando se embarcó, recién terminados sus estudios, como médico de un clíper de pasajeros que partía con rumbo a China. Una tormenta arrastra la embarcación varios cientos de millas hacia el norte, donde se topa con un paquebote abandonado, a la deriva. Los responsables del buque tienen la mala idea de ir a echar un vistazo.
El caso es que Giménez tiene experiencia en la narración de hechos y ambientes terroríficos. En la España de los años 50, “una sociedad muy dura y muy violenta”, los hogares de auxilio social “eran el monstruo lógico que engendraba una sociedad monstruosa”.
Todo lo que se relata en Paracuellos, afirma, está basado en hechos reales, en la memoria personal y en testimonios y documentos facilitados por otros antiguos residentes en estos centros.
Una realidad de hambre, sed y castigos, renuncias y soledad, sectarismo y desilusión, disciplina, vejaciones, rezos, tebeos robados, guardadoras crueles, instructores falangistas, visitas dominicales, contrabandos, catecismos, fruta picada, bofetadas dobles. Y también de aventuras, sueños, complicidad, inocencia, amistad, iniciaciones, solidaridad. Un trabajo “de una genialidad artística y documental extraordinaria”, según Juan Marsé.
Barrio (1977-2001) es la continuación de Paracuellos, un retrato del Madrid de la segunda mitad de los años 50 y de una adolescencia, ya fuera del hogar de auxilio, marcada por los reencuentros familiares, los amigos, los primeros trabajos y noviazgos, la vida del barrio.
Como señala Antonio Martín: “A través del ejercicio de la memoria, el autor logra plasmar en Barrio la representación gráfica del paso del tiempo mediante gestos y silencios, palabras banales y detalles, con los que ejemplifica el crecimiento del protagonista, por la evolución gráfica del modelo físico en cara, gestualidad, peinado, ropas..., y su evolución sicológica por el desarrollo de su personalidad y la creciente desenvoltura de sus comportamientos”.
Carlos Giménez entró en la profesión de la mano de Manuel López Blanco, fundador de la agencia Ibergraf. Posteriormente creó un estudio en Madrid junto a Esteban Maroto y Adolfo Usero y se trasladó a Barcelona para trabajar con Selecciones Ilustradas. En Los profesionales (1981-2023) refleja esta etapa: cuenta cómo eran las agencias de tebeos barcelonesas de los 60 y los dibujantes que trabajaban en ellas.
El joven Pablo García García viaja a Barcelona para integrarse en el estudio Creaciones Ilustradas. Allí entra en contacto con una realidad de precariedad económica, noches sin dormir, novatadas, fechas de entrega, picaresca, aprendizaje, manifestaciones, ambiciones, decepciones y anécdotas de todo tipo con los compañeros.
Uno de ellos fue Josep Maria Beà, que afirma: “Aprendimos el oficio. En el trayecto hubo llanto y alegría, así como momentos de gloria entre compañeros, pero en general la experiencia de la profesionalización resultó harto agotadora por culpa de la imposición de unas directrices que yugularon nuestra identidad como dibujantes. Algunos abandonamos la sede para descontaminarnos de vicios estilísticos y empezar de nuevo. Con los años regresamos a ella, ya que, a decir verdad, no ha habido otra agencia más competente”.
De vuelta en Madrid, prosigue su recuerdo de los años barceloneses con Rambla arriba, Rambla abajo (1985), una obra que funcionó entonces como epílogo de Los profesionales (la serie, que inicialmente contó con cinco entregas, conocería una sexta en 2023, La última cena de los veteranos) y que, según Manuel Vázquez Montalbán, “sirve para plasmar lo que de eterno tiene la narratividad de las Ramblas y a la vez el momento estricto del temple de recuperación de la razón democrática”.
Entre 2007 y 2009, Giménez publica otra de sus grandes series, 36-39: malos tiempos, crónica en cuatro álbumes, a través de la familia del niño Marcelino, del sufrimiento del pueblo en la Guerra Civil.
Madrid como escenario de un incalculable y doloroso repertorio de historias: miedo, venganza, rencores, paseos, fusilamientos, familias rotas, sirenas, hambre, fruteros ambulantes que vocean frutas y muertos, bombardeos y refugios, pillaje, cartillas de racionamiento, sabañones, combates aéreos, tortillas hechas sin huevo, sin patatas y sin aceite, delaciones, iglesias quemadas, cadáveres en las aceras, tuberculosis, el pueblo hambriento quemando el pan de Franco y cantando La Internacional, ajustes de cuentas, heroísmos anónimos, gato para la cena, no pasarán.
Crisálida (2016), Canción de Navidad (2018) y Es hoy (2020) componen la Trilogía del crepúsculo. El desdoblamiento y el juego de espejos definen Crisálida: Giménez recupera al tío Pablo, su alter ego, que evoca a su amigo Raúl, recién fallecido. Los tres, autor y personajes, se parecen físicamente y comparten edad, pensamiento, profesión y afición por los cubatas de ginebra. Y la indignación por el predominio de la injusticia, la estupidez y la zafiedad en los negocios humanos.
Raúl, a su vez, es el creador del abuelo Paquito, en el que proyecta sus reflexiones y protestas de carácter social y político. Giménez aclara que, si bien el parecido entre él y el tío Pablo es evidente, el personaje ha ido concretando su propio carácter, emancipándose y radicalizando sus opiniones, “hasta el punto de que ya solamente interviene en según qué momentos” y para difundir mensajes muy concretos. Mas allá de su “alambicado juego de personajes y personajes de personajes”, Crisálida es una obra sobre la soledad, la vejez y la decadencia.
En Canción de Navidad, adaptación libre de Dickens, al insociable Pablo se le presenta fantasmalmente su amigo Raúl, fallecido siete años antes, para anunciarle la visita de tres espíritus que le llevarán por paisajes de las Navidades del pasado, el presente y el futuro.
Una experiencia de alto voltaje emocional para el solitario Pablo, que al comienzo de Es hoy asume que está en su último día de vida: hace un poco de balance en diálogo consigo mismo, recuerda algunos episodios no muy trascendentes de su biografía y se muere, convencido de que “esta es una buena época para morirse”, ya que es pesimista sobre el futuro del mundo.
En su abundante producción de los últimos años figura también El discriminador (2018), en el que expone su visión crítica de los medios de comunicación (arremete contra la publicidad, el fútbol y las tertulias). Mi amigo Luis (2019) está integrado por cuatro historias ambientadas en la posguerra, la primera de ellas inspirada por Josep Maria Beà, en las que Giménez recupera asuntos y paisajes que a sus lectores resultan familiares.
Comparecen los temas de la amistad, la traición, la lealtad y las aspiraciones del joven dibujante. El inmortal (2021) es una sátira sobre el mundo de mañana a partir de los indicios del presente: el protagonista no desea morir, pero una visita al futuro cambiará su pensamiento.
También ha cerrado dos series que nacieron hace medio siglo, Gringo y Dani Futuro, con los álbumes Punto final (2019) y Mientras el mundo agoniza (2021).
En el prólogo de Mi amigo Luis advierte algo que ya sabíamos: “Con frecuencia me ha ocurrido que al escribir y dibujar un tema lo he dado por terminado y he pensado que ya estaba contado y que no volvería a trabajar en él. Pero la vida me ha hecho ver lo fútil e inútil de esta forma de pensar, ya que estas decisiones con frecuencia se escapan a nuestra voluntad y reincidir depende de muchas cosas, de muchos estados de ánimo y de muchas circunstancias que el tiempo modifica. He aprendido que no debo decir de esta agua no beberé”. Palabras que reflejan el espíritu inquieto y el impulso creativo de un autor que ya ha superado los 83 años.
Y que en su web divide su extensa obra en seis apartados: historias de la vida (en el que incluye sus trabajos dedicados al amor y el sexo, Romances de andar por casa, Sexo y chapuza y Primer amor y otros romances, que reúne historietas publicadas originalmente en revistas y periódicos como El Papus, Pilote & Charlie, Comix Internacional y El Observador, y en las que irrumpen otros registros como el retrato colectivo de un barrio en Metro: Lavapiés), ciencia ficción y fantasía (en el que figura Hom, inspirado en la novela En el lento morir de la Tierra de Brian Aldiss), aventura, cómic social (destaca su acercamiento a la Transición en España: una, grande y libre), story boards y otros trabajos.
Giménez ha recibido numerosos premios y reconocimientos, entre ellos la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2003), el Gran Premio del Salón Internacional del Cómic de Barcelona (2005) y el Premio Patrimonio del Festival de Angulema por Paracuellos (2010). “Para expresarme”, señala en la introducción de Todo Paracuellos (2007), “he utilizado el único medio de comunicación que domino y de que dispongo: los cómics, los tebeos. Una forma narrativa tan válida como cualquier otra”.